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Los abuelos, refugio y abrazo
Autor
Camilo Valverde Mudarra

 

Los abuelos son refugio, abrazo y cariño; el nieto recibe la experiencia y sabiduría fundadas en la larga andadura que los años le fueron descubriendo y, sintiendo su amparo y seguridad, el niño los admira y respeta con unción. Su espíritu abierto va sabiéndose en sus propias reacciones, vástago de aquella raíz de la que él procede a través de sus padres. 
Los nietos, en su crecimiento al lado del abuelo, van agrediendo que su relación amorosa implica el vuelco afectivo hacia ellos y, en consecuencia, la obligación de unos deberes de veneración, de mimo y de realización efectiva. El ser humano necesita del otro, el joven, aún más que nadie, así como el nieto, para su progreso, precisa de las personas mayores, porque han vivido los avatares de la vida, conocen las dificultades y enseñan sus resortes y sus paliativos con todo el tacto de su amor y comprensión. Rezuma saber constatado y útil, aquella receta de la abuela tan resuelta o su cálido consejo en esa situación problemática y difícil. Ha de visitarlos, atenderlos y acompañarlos con la máxima consideración, beber y vivir los valiosos conceptos de amor y familia, la información, experiencia y seguridad que insensiblemente inspiran. El niño recibe del abuelo, con gran comprensión, idea del pasado, su historia es un cariñoso e interesante libro de hechos, costumbres y tradiciones que perduran o se fueron. Reforzar y fomentar la convivencia con los abuelos enriquece y fortalece la solidez de la familia. 
No obstante, se les desecha y olvida entre lo inservible e incómodo. Hoy, la mayoría de los hijos se desentienden y optan por llevar a los padres a asilos con la justificación de que están mejor “atendidos”. Es perentorio concienciar al joven imberbe, que ello supone una enorme maldad y egoísmo. Hay que cambiar el discurso. Merecen la mejor atención, incrustarlos en la familia, dejarlos opinar y aconsejar sobre los asuntos, su actitud y palabras responden a un deseo de ser útiles y al amor tan inmenso que sienten hacia sus nietos. 
La comunicación con personas mayores es provechosa, los jóvenes tienen que convivir con sus abuelos, es preciso que se relacionen y exista un gran entendimiento y el mejor aprendizaje lo hallarán en el ejemplo de sus padres. Verba volant, exempla trahunt. Hay, sobre todo, que tomar conciencia de la importancia del testimonio que damos con nuestras acciones a quienes nos rodean, a nuestros hijos.
Se cuenta que un día un hombre ya mayor solo y cansado, fue a casa de su hijo, para, en compañía, cariño y comprensión, pasar los últimos días de su vida. El hombre, percibió la frialdad de su hijo, al oírlo excusarse, diciéndole que en su casa no tenía lugar y espacio para él, y que no sería grato tampoco a su familia. Pero, al fin, el hijo aceptó que su padre se quedara en el cuartucho de la vivienda, solamente, durante un tiempo. Entonces llamó a su hijo de ocho años y le pidió que le trajera la escoba para barrer, mientras él ponía la cama. Como el niño tardaba bastante, el padre salió a ver por qué no volvía. Lo encontró barriendo en una esquina apartada del corral. El padre colmado de extrañeza le preguntó: ¿Por qué estas barriendo en ese sitio? El niño respondió que preparaba un rincón apartado, para el día, en que “tú, ya viejo, vayas a mi casa a quedarte conmigo”. 

El niño está con sus ojillos abiertos, y capta todo el mundo que se mueve a su alrededor, de ahí, el valor y la fuerza de calado que tienen los ejemplos que mama y aprende de pequeño. En la infancia se forja el adulto. El niño es una esponja y recoge todo lo que ve y oye; su personalidad futura depende del aprendizaje correcto en su primera etapa infantil; las primeras papillas lo condicionan para siempre. En muchos casos, la inhibición, la agresividad, la culpabilidad, la violencia y la irresponsabilidad se genera en una infancia negativa. Allí, se desvía, se impide, obstaculiza y se pierde. El niño que respira un aire justo, responsable, de respeto y tolerancia, de servicio y sacrificio, de amor y alegría, de renuncia a diversiones y egoísmos, será un hombre entero y maduro psicoafectiva y socialmente. La entereza vendrá de la formación de una recia voluntad, que exige la adquisición de hábitos por medio de la práctica de pequeños actos para eliminar veleidades y alcanzar la reciedumbre. Es imprescindible encauzar los impulsos, las tendencias y las pasiones. No se puede hacer dejación de la autoridad; inhibirse y conceder todos los caprichos es deseducar. El mismo hijo busca y pide el principio de autoridad, sin el que se siente desorientado, desprovisto y entristecido.

El padre que se enoja e impacienta con la presencia del abuelo le inculca al hijo esa nociva actitud que, luego, él mismo pondrá en práctica. El padre no mostró desvelo y cariño, respeto y paciencia por el abuelo, como valores fundamentales. Montado ven su egoísmo, no consideró la edad avanzada del abuelo, sus padecimientos, sus necesidades y carencias, esos achaques susceptibles de sus cambios de humor y estado de ánimo. El padre no pensaba que llegaría a la vejez. No sabía que, al relegar al abuelo ante el niño, se estaba relegando a sí mismo. 
Los abuelos son ejemplo de vida, de calor y enseñanza, el nieto ha de acercarse a ellos, llenarlos de amor, fomentar su relación y palabra, y saber que llegar a una edad avanzada es un verdadero privilegio
 
 Fuente:

 autorescatolicos.org

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