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Carta a la familia
Autor
 Mons. José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz

 

  Carta de monseñor José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz con motivo del "Mes de la Familia" (octubre de 2004)


Querida familia:

Considero un motivo de alegría y de responsabilidad pastoral dirigirme a Uds. por medio de esta carta que quiere ser un momento de reflexión sobre el Evangelio de la Familia, del cual ustedes son los primeros testigos y apóstoles. Descubrir esta dimensión de la familia es participar del proyecto de Dios, que se hace historia de encuentro y de salvación a través del amor que los ha unido y se convierte, por la gracia de Dios, en signo de vida nueva para el mundo. La familia cristiana participa de esta realidad que Jesucristo nos ha revelado y nos comunica como gracia que eleva y transforma lo humano, haciéndonos partícipes de la vida y del proyecto de Dios. El Santo Padre se refería a esta verdad cuando les decía en términos de un desafío: "Familia sé lo que eres". Y qué eres: una comunidad de vida y de amor ordenada al bien de ustedes mismos, de sus hijos y del mundo. El mundo también necesita ser salvado por la verdad de este Evangelio, que expresa la bondad, la alegría y la belleza del amor vivido y aprendido en la familia. 

No desconocemos las dificultades por las que atraviesa hoy la familia, podemos hablar, incluso, de una cierta orfandad. La situación social y económica no siempre presta el marco de valores y los medios necesarios para crear un ámbito que haga posible su desarrollo y crecimiento. Es más, cuántas veces se siente agredida en sus convicciones y proyectos. Vivimos una cultura con un fuerte acento subjetivista que en algunos casos llega a actitudes egoístas. Esto debilita la capacidad oblativa del amor tan necesaria para pensar en el otro, con quién debemos construir juntos el nosotros de la familia. Este clima cultural, además, no siempre reconoce en la exigencia objetiva de los valores morales una instancia de verdad y de encuentro válida para todos. No puedo dejar de pensar en esa dura realidad económica como consecuencia de los bajos ingresos, y que alcanza en la desocupación una herida que compromete su dignidad. En este contexto, sin embargo, debemos vivir y proclamar el gozo y la grandeza del don de la familia. 

El Evangelio es camino y es vida. No se trata sólo de una doctrina que nos orienta y nos marca objetivos a seguir, sino que es gracia de Dios que se nos comunica y capacita para vivir esa realidad nueva que el evangelio nos presenta. Sin la presencia de un Cristo vivo que camine junto a nosotros, ni el hombre ni la familia alcanzarían esa plenitud de vida para la que Dios nos ha creado. Aquel "sin mí nada pueden hacer" que nos dice Jesús, es la clave para descubrir y vivir el misterio de la vida cristiana y de la familia. Estamos hablando de la vida de Dios en nosotros. En esta línea debemos comprender el llamado del Santo Padre cuando afirma que la santidad es una "urgencia pastoral", y el primer camino en la tarea evangelizadora de la Iglesia. San Pablo les diría "Cristo en ustedes", queridas familias, es la esperanza para este mundo que vive en la búsqueda de sentido y de felicidad. Como vemos la familia, por formar parte del proyecto de Dios se convierte desde Jesucristo en Evangelio, que antes que defender hay que vivir y proclamar.

Quedan muchas cosas por decirles, sólo he querido hablarles de la necesidad de un Cristo vivo que vino para acompañarlos con su palabra y su gracia, en este camino de Dios que es el amor que los ha unido. Aquí alcanza todo su significado la Eucaristía como sacramento que actualiza la presencia viva de Jesucristo, que se ha quedado como alimento que sostiene y fortalece nuestra vida. Hay un camino de preparación hacia la eucaristía en el que estamos llamados a la purificación y a la conversión, pero hay también un camino desde la eucaristía hacia el mundo que nos compromete como apóstoles de esa vida nueva. No olviden que ese espacio de preparación, como el mundo al que son enviados, tiene en el ámbito de la propia familia su primer testigo y destinatario. Recuerden que el Evangelio de la Familia debe tener en la "Iglesia doméstica" su primer seminario de oración y comunión familiar, pero también un clima de apertura a la exigencia misionera de Jesucristo. La familia cristiana es una intimidad que no se encierra ni aísla, sino que vive en su seno la dimensión evangelizadora de la Iglesia. 

Desde esta perspectiva de la familia como Iglesia doméstica, podemos considerar algunas notas o aspectos que deberían encontrarse en la vida familiar. Partamos para ello, de la definición de Iglesia como comunidad orante, misionera y servidora. Creo que es posible trabajar en el espíritu de estas tres notas, que pueden ayudar a crecer en la vida familiar. Ante todo ser una "comunidad" que los une en el camino de una misma vocación, y que debe manifestarse en el amor, el diálogo y la reconciliación. Una familia "orante" que reza, tiene conciencia de su dignidad de hijos al llamarlo a Dios Padre, pero también conoce su fragilidad que no la debilita ni la desanima porque se hace fuerte y confiada en la oración. El aspecto "misionero" nos da conciencia del don que hemos recibido y, al mismo tiempo, nos hace comprender que sólo se conserva y se vive con alegría aquello que somos capaces de comunicar. Finalmente la dimensión "servidora" nos habla de la humildad en el ejercicio de la caridad. Qué importante es la virtud de la humildad para dar belleza y credibilidad al Evangelio que estamos llamados a vivir.

Queridas familias, he querido compartir con ustedes algunas reflexiones que hacen a la vida y al don de la vocación que han recibido. Son destinatarios y protagonistas de una historia de amor y de salvación que Dios ha realizado por su Hijo y que se prolonga en el mundo a través de la Iglesia. De esta Verdad son testigos. Vivan la alegría del amor que los ha unido y el compromiso con el Evangelio que han recibido. La Iglesia pone su mirada y su confianza en ustedes, para decirle al mundo que descubra en la familia el ámbito de la plena realización del amor de los esposos y la sana exigencia de ese amor en el cuidado y la educación de la hijos; que es ella la primera escuela de los derechos humanos y, además, el camino privilegiado en el nacimiento y desarrollo de la fe de los niños. Que María Santísima, Nuestra Madre de Guadalupe, nos ayude a vivir y a trasmitir el mensaje de su Hijo, Nuestro Señor Jesucristo. Esto le pido al Señor. Reciban junto a la seguridad de mi afecto y oraciones, mi bendición de Padre que los valora y acompaña.

Mons. José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz

 
 Fuente:

AICA online

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