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La familia, mujer y madre
Autor
 Camilo Valverde Mudarra 

 

Ser privilegiado y constante vital

La mujer está dotada de unas especiales dotes personales; su idiosincrasia constituye una inteligencia singular de fina delicadeza; ha madurado la intuición de modo muy complejo y extenso. Su personalidad ha fraguado el comportamiento en el equilibrio existencial del espíritu; los rasgos de su carácter la proveen de una singular capacidad para captar en conjunto la forma y el fondo de las realidades internas y los estímulos externos. La mujer allega el amor y el sentimiento, la gracia y el dolor; la vida y la muerte encuentran en ella una resolución singular y distinta, entroncada en la actividad personal de su existencia. 

La mujer-madre es el fundamento del que mana la vida, génesis de la familia y soporte de la sociedad. El hombre, principio inexcusable, solo deambula difuminado en su existencia, necesita la conjunción del entronque, para encontrar la consistencia de su propia entidad. Así, lo entiende el Autor Sagrado en el Génesis al afirmar: “No es bueno que el hombre esté solo” (2,18). La mujer es la que vitaliza, entronca y da consistencia al diario vivir; ella crea hogar, hace familia y sostiene el entramado social. ¿Qué inconveniente ve el Creador en esa soledad? La expresión bíblica pone de manifiesto una dificultad existente que impide la andadura del hombre. 

La madre es melodía y poesía, es ternura y momento, regazo y abrazo. La madre es luz y gracia, dulzura y encanto. Es sutileza y firmeza. Su voz acaricia, su andar fascina y su presencia arrebata. Vive el detalle, la concreción y la pequeñez. Su rumbo es la esperanza, la vitalidad y la fortaleza. Es dispensadora de gracia y humor. Derrocha su propio ser que es el cariño, la seguridad y la moderación. Es la vida, portadora y dadora de la vida y afirmación de la vida, por eso va delante, su visión es más amplia, admite la innovación y avizora un horizonte más ancho. En la penuria y desgracia, es sostén y báculo de pacificación. En la percepción de la realidad, desecha lo colectivo y viene a lo individual. Es la familia y es la educación. Su condición natural de diálogo y de paz contribuirá siempre en este ambiente materialista al crecimiento de individuos que vivan la entrega, el servicio y el amor al prójimo, menos violentos y egoístas. Allí donde exista la dirección y el ordenamiento de la mujer, la sociedad encontrará solución a muchos problemas y se creará un ambiente más libre, justo y dialogante.

En las distintas religiones y mitologías, la mujer es un ser privilegiado. Nace en el último episodio generativo, como el culmen de la obra artística. En la metáfora bíblica, no surge del polvo y del barro como el varón, sino de algo más noble, humano y vital; y en el “no es bueno que el hombre esté solo”, se constata una carencia masculina, una imperfección, la falta del trazo definitivo, la pincelada de perfección que ha de completar el cuadro. La mujer viene a ser el complemento necesario.

La mujer es la obra perfecta de la creación. Dios le reservó el último episodio. Es la culminación, la cumbre y maravilla en las manos del Hacedor y la única que no procede del polvo y del barro sino de carne y hueso del ser viviente: “Entonces Yahvé Dios formó al hombre del polvo de la tierra”. “Formó de la tierra, Yahvé toda clase de animales campestres y aves del cielo”. “Seguidamente de la costilla tomada al hombre formó Yahvé a la mujer y se la presentó al hombre” (Gn 2,7.19.22). 

De polvo de la tierra formó una figura, le insufló en sus narices un hálito de vida y así llegó a ser el hombre un ser viviente. Pero, la mujer no salió del polvo. La mujer era otra obra distinta y distinto tuvo que ser el procedimiento. Estaba destinada a ser lo más hermoso, tenía un fin sublime, se le habían asignado en el plan divino altos cometidos. Contenía la hermosura, la ternura, el amor y la vida. De ahí que Adán la llame Eva, dadora de vida, la madre de todos los vivientes.

La mujer ha recibido enormes dones, al tiempo que es dispensadora de gracias a raudales para la humanidad. Por su origen y por esencia psíquica y física, todo indica que el hombre y la mujer reciben la misma dignidad radical que corresponde a la persona. Es más paciente y sufrida, abarca más, capta antes, cuando el hombre va, ella viene; gobierna y dirige con mayor razón y acierto; y, sobre todo, es madre. La maternidad la encumbra al primer puesto, es cocreadora y dadora de vida. Emperadores, presidentes, científicos, primero, han sido gestados y criados por la madre y madre tienen sus hijos. La mujer no ha escrito la Ilíada, ni la Eneida, el Quijote o Fausto, ni levantado las Pirámides o el Partenón, pero ha construido y constituido la humanidad.

Sin embargo, sabemos que, históricamente, en todas las épocas y culturas, la mujer ha ocupado un estrato de segundo orden en el entramado civil, público y privado. Ha estado sometida y considerada casi una esclava, un ser sin entidad social ni jurídica. Tal vez, contribuyó, desde el principio, la conciencia colectiva por la que el hombre sabiéndola superior, amparado en los largos periodos de gestación y en su fuerza física decidió relegarla. En ello y en todo el pensamiento occidental, ha pesado sobremanera el relato del Génesis que responsabiliza, de la transgresión y consecuente expulsión del Paraíso, a dos figuras femeninas: Eva y la serpiente. La E.M. y el Renacimiento imaginaron al perverso animal con rostro de mujer e incluso, un busto de abundantes senos (así, las Biblias Ilustradas “Díptico de la tentación” de Hugo van der Goes s. XV). Ambas son las causantes de la desgracia, introducen el mal en el mundo con terribles consecuencias. Una seduce, es la tentadora, la otra se deja tentar. Representan la desobediencia en la historia, la maldad y la debilidad. Y el hombre, un ingenuo e inútil, que se deja arrastrar, como dice San Pablo. 

Su condición natural de diálogo y de paz contribuirá siempre en este ambiente materialista al crecimiento de individuos que vivan la entrega, el servicio y el amor al prójimo menos violentos y egoístas. Allí donde exista la dirección y el ordenamiento de la mujer, la sociedad encontrará solución a muchos problemas y se creará un ambiente más libre, justo y dialogante.

 
 Fuente:

autorescatolicos.org

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