Tener
hijos es uno de esos asuntos que no requiere de ninguna preparación
formal; pero ser un auténtico padre de familia exige el ejercicio de
decenas de virtudes dentro de un esquema claro de valores y una
adecuada preparación pedagógica. Es decir, entre tener hijos y ser
un buen padre, existe una diferencia tan grande como la que
encontramos entre un charco y el agua pura.
No cabe duda que representar una obra de teatro en un escenario
improvisado, mientras se escucha el ruido de la calle y ante un público
de gente ruda, implica un reto que sólo los grandes actores pueden
superar.
Pues algo parecido les sucede a muchos padres de familia quienes, a
pesar de sus buenas intenciones y de sus esfuerzos, no pocas veces se
sienten desbordados por una serie de influencias ajenas al hogar,
contra las cuales deberán luchar en el proceso educativo de los
hijos.
Hasta hace algunos años la televisión, por poner un ejemplo, solía
cuidar la moralidad de sus programas. Hoy, en cambio, pareciera
existir una competencia entre las televisoras para sacar al aire los
temas más inmorales posibles. Antes, los cuentos infantiles tenían
la finalidad pedagógica de enseñar a los pequeños el encanto de los
valores. En la actualidad muchas caricaturas y las teleseries
infantiles sólo buscan entretener a su público al margen de toda
valoración moral, y cuando los hijos crecen entran en contacto con
otros medios de diversión y amistades que pueden estar muy lejos de
los criterios familiares, en lo que todos conocíamos como buenas
costumbres.
Otro factor, de no poca importancia, es la necesidad que tienen muchas
parejas de trabajar para sostener a la familia, con todo lo que esto
supone de ausencia del hogar, así como las tenciones por motivos económicos
y, por si fuera poco, el olvido de Dios. Como se ve son muchos los
factores que contribuyen en el deterioro de las figuras paterna y
materna, así como su influencia negativa en el desempeño de sus
papeles como esposos.
Sin embargo, no debemos perder de vista que en las guerras hay que
aprender a funcionar con lo que hay: lo bueno y lo malo. Lo que no se
vale es la traición, ni la cobardía que nos lleve a desertar, ni una
actitud de indiferencia.
La labor educativa en el hogar necesariamente es de tipo artesanal.
Los moldes, protocolos y programas generales no suelen dar buenos
resultados. Hay que trabajar a cada hijo de forma individual, conociéndolos,
amándolos, animándolos, corrigiéndolos hasta que aprendan que la
vida consiste en servir a los demás hasta hacerlos felices, pero con
la exigencia necesaria, para ayudarlos a ser cada día un poco mejores.