“El secreto de la felicidad conyugal está en lo
cotidiano, no en ensueños. Está en encontrar la alegría escondida
que da la llegada al hogar; en el trato cariñoso con los hijos; en
el trabajo de todos los días, en el que colabora la familia entera”.
24 de noviembre de 2005
Los esposos cristianos han de ser conscientes de que están llamados
a santificarse santificando, de que están llamados a ser apóstoles,
y de que su primer apostolado está en el hogar. Deben comprender la
obra sobrenatural que implica la fundación de una familia, la
educación de los hijos, la irradiación cristiana en la sociedad. De
esta conciencia de la propia misión dependen en gran parte la
eficacia y el éxito de su vida: su felicidad.
...El secreto de la felicidad conyugal está en lo cotidiano, no en
ensueños. Está en encontrar la alegría escondida que da la llegada
al hogar; en el trato cariñoso con los hijos; en el trabajo de todos
los días, en el que colabora la familia entera; en el buen humor
ante las dificultades, que hay que afrontar con deportividad; en el
aprovechamiento también de todos los adelantes que nos proporciona
la civilización, para hacer la casa agradable, la vida más sencilla,
la formación más eficaz.
Conversaciones
con Monseñor Escrivá de Balaguer, 91
Pero
no todo depende de los padres. Los hijos han de poner también algo
de su parte. La juventud ha tenido siempre una gran capacidad de
entusiasmo por todas las cosas grandes, por los ideales elevados,
por todo lo que es auténtico. Conviene ayudarles a que comprendan la
hermosura sencilla —tal vez muy callada, siempre revestida de
naturalidad— que hay en la vida de sus padres; que se den cuenta,
sin hacerlo pesar, del sacrificio que han hecho por ellos, de su
abnegación —muchas veces heroica— para sacar adelante la familia. Y
que aprendan también los hijos a no dramatizar, a no representar el
papel de incomprendidos; que no olviden que estarán siempre en deuda
con sus padres, y que su correspondencia —nunca podrán pagar lo que
deben— ha de estar hecha de veneración, de cariño agradecido,
filial.
Conversaciones con Monseñor Escrivá de
Balaguer, 101