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La familia y la formación de los niños
Autor
Camilo Valverde Mudarra

Consideraciones teológicas y espirituales

         S. S. Juan Pablo II, atento a la formación del niño, dice: “En este Año jubilar 2000, hacemos un llamamiento unánime a la evangelización, al perdón recíproco, a la conversión y a la reconciliación sacramental. Sin la conversión de los corazones, las dificultades, a las que están expuestas las familias, se acentuarán y las primeras víctimas serán naturalmente los niños, pues son los eslabones más débiles y más vulnerables de la cadena familiar. El perdón dentro de la familia y entre las familias renueva el espíritu cristiano del amor fraterno. El perdón mutuo, y la humilde petición de perdón a Cristo y a la Iglesia en el sacramento de la reconciliación, son evento de gracia y salvación, en el que se realiza el itinerario de santificación de la familia, que va junto con la vida de oración. Es evidente que la vida de oración implica un aspecto personal muy importante, y exige igualmente un aspecto eclesial. En efecto, la familia es una ecclesiola, el primer lugar de evangelización, el santuario doméstico, en el que todos oran juntos. A través de las dificultades y pruebas, se descubre y se frecuenta a Cristo como maestro y como amigo. Mediante el testimonio gozoso de oración y de vida cristiana, la familia se transforma en levadura espiritual para las comunidades cristianas. La oración en familia es un aspecto central de vitalidad, que contribuye a su estabilidad. La oración de los niños, en su pureza y sencillez, invita a una reflexión orante que puede encontrar inspiración en el "caminito" recorrido por santa Teresa del Niño Jesús.

         Hemos recurrido ampliamente a las ciencias humanas para captar mejor las aspiraciones profundas del niño. Pero es la ciencia de la fe la que permite iluminar más profundamente la realidad maravillosa de nuestros hijos. La familia es el lugar privilegiado de transmisión de la fe y es también escuela de oración. Los niños están llamados a progresar en la fe, a crecer en la gracia. El bautismo, la confirmación y la Eucaristía son momentos importantísimos de la vida familiar. El bautismo de los niños manifiesta de modo particular la gratuidad de la gracia de la salvación. A los padres corresponde el deber de alimentar la vida que Dios les ha confiado (Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 1250-1251).
         La familia es sujeto y objeto de evangelización. Reconocemos la tarea de los pastores de la Iglesia, cuyo papel es tan importante en la construcción y en la guía del pueblo de Dios. En plena armonía con ellos, los padres podrán cumplir mejor su deber de evangelizar a sus hijos. De ellos depende, en gran parte, la realidad de la evangelización de la familia en el tercer milenio. Arraigada en el bautismo, la familia es escuela de vida cristiana adulta. En ella los cristianos ejercen, de manera privilegiada, un sacerdocio bautismal. Pasando por los sacramentos de la iniciación, la vida de la persona se inserta plenamente en la vida de la Iglesia y se ponen los cimientos de toda vida cristiana. Cristo actúa mediante los sacramentos y nos pide que colaboremos en la preparación de nuestros hijos a estos eventos eclesiales de vida. Una vida que, dotada de una fuerza especial por el Espíritu Santo en la confirmación, llega a su culmen eclesial en la Eucaristía. La familia, mediante la fuerza de los sacramentos, renueva en Cristo las fuentes del compromiso, del testimonio y de la vida apostólica en la vida de la Iglesia. El domingo, día del Señor, está totalmente marcado por la memoria agradecida y activa de los gestos salvíficos de Dios Cf. Carta apostólica Dies Domini, del 31 de mayo de 1998. La palabra de Dios no puede faltar en la vida de la familia. Por consiguiente, la reunión en torno a la palabra de vida, en la que la familia, iglesia doméstica, se encuentra plenamente en la liturgia de la comunidad cristiana, resulta una ocasión privilegiada.  

         Es preciso fortalecer la conciencia y la importancia de la función paterna en la tarea educativa de la familia. Consolida e integra la función materna en plena colaboración con vistas a la madurez de los hijos. Las estructuras educativas deben apoyar esa función, pero nunca pueden sustituirla adecuadamente. La función del padre es central en la vida familiar. Disminuir la tarea específica del padre equivale a destruir en los hijos su identidad de futuros cónyuges y padres. El miedo a transmitir la vida encuentra en la pérdida de la función de padre un cómplice y un colaborador.

         El llamamiento a la conversión, por más fundamental que sea, no puede separarse del compromiso educativo y político. Hay que estimular a todas las instituciones educativas cristianas para que revisen y mejoren su función en la doble perspectiva de los padres y los hijos. Los pedagogos actuales subrayan de forma unánime que la educación integral de los niños es inseparable de la educación continua de los padres. La pobreza de las familias condiciona y dificulta la calidad de la educación; por eso, los proyectos para mejorarla deben considerar también el nivel económico de las familias. Sin embargo, las dificultades económicas condicionan ciertamente las posibilidades de una buena formación, pero no pueden ser motivo para impedir a las familias pobres tener hijos y beneficiarse de las aportaciones educativas cualificadas transmitidas por los valores cristianos.

         Sin embargo, en esta familia -que algunos quisieran marginar como algo superado- es donde el niño viene al mundo y donde al nacer encuentra las mejores condiciones para su desarrollo. En la protección de la familia por parte del Estado, el interés verdadero de este último coincide con el de la familia y el del niño. Efectivamente, la familia es el primer lugar donde se forma, en todos los niveles, el capital humano, es decir, ese recurso prodigioso que es la persona humana educada en el sentido de responsabilidad y del trabajo bien realizado. Es lo que el Papa Juan Pablo II afirma en la encíclica Centesimus annus:  «La primera estructura fundamental a favor de la "ecología humana" es la familia, en cuyo seno el hombre recibe las primeras nociones sobre la verdad y el bien» (n. 39)”.          

 
 Fuente:

autorescatolicos.org

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