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Transmisión de la fe en la familia |
Autor |
P. Mariano Esteban Caro |
LA APOSTASÍA SILENCIOSA En la sociedad y, por tanto,
en la familia, a lo largo del siglo XX, se han producido
cambios importantes. Desde la industrialización, que sacó a los
hombres de la casa. Hasta la expansión industrial que arrastró a la
población rural hacia los grandes núcleos urbanos y
a la mujer, al puesto de trabajo fuera del hogar. La
presencia permanente en la casa de los medios de comunicación
social, especialmente la TV. Y la globalización del mundo virtual
con la comunicación a través de Internet que ha traído
un modo nuevo de pensar y de aprender. Desde
hace cincuenta años la crisis de la posmodernidad (ya
transmodernidad) y la secularización vienen provocando un
neopaganismo, del que han hablado los últimos Papas. Pablo VI
en 1975 se refirió a las “situaciones de descristianización”, que
plantean la necesidad de la evangelización con medios y lenguaje
adecuados (EN 52-56). Juan Pablo II en su Exhortación sobre
la misión de los laicos (1988) decía que el bienestar y el
consumismo en muchos países del llamado primer
mundo inspiran y sostienen una existencia vivida "como si Dios no
existiera". Y en la Exhortación sobre Europa del año 2003 se refería
a la cultura europea, que “da la impresión de ser una apostasía
silenciosa por parte del hombre autosuficiente que vive como si Dios
no existiera”.
Benedicto XVI insistía también en la necesidad de la
evangelización “es más, de una nueva evangelización que tenga
en cuenta los rápidos cambios sociales de nuestra época y el
fenómeno de la globalización mundial” (Homilía 4-10-2009). La
secularización y una mentalidad relativista han marcado fuertemente
a la sociedad. El Papa Benedicto señalaba que los creyentes no son
inmunes a estos peligros: Existe un ateísmo «práctico», en el cual
no se niegan las verdades de la fe o los ritos religiosos, sino que
simplemente se consideran irrelevantes para la existencia cotidiana,
desgajados de la vida, inútiles. “Se cree en Dios de un modo
superficial, y se vive como si Dios no existiera” (14-11-12).
Consideraba oportuno volver a “dar un impulso
misionero capaz de promover una nueva evangelización” (2010).
También convocó un Sínodo, para octubre de 2012, sobre la
Evangelización para la transmisión de la fe cristiana.
DIFICULTADES PARA LA TRASMISIÓN DE LA FE Es verdad que el individualismo, el relativismo o
el vivir la fe como un mero sentimiento dificultan la transmisión de
la fe. La cultura secularizada y materialista o la indiferencia
religiosa de muchos jóvenes, que carecen de oído para lo religioso,
han hecho que en muchos casos la transmisión
generacional de la fe se interrumpa o esté en peligro.
En este contexto general sigue siendo importante el papel que juega
la familia, tanto para la transmisión de la fe como para la
no-transmisión. Todo educa en la familia: si no se educa en la fe,
se educa en la increencia. Por otra parte, la familia para
evangelizar ha de estar ella misma evangelizada. Nadie da lo que no
tiene. La crisis de familia y la crisis de fe están relacionadas.
¿ESTÁ EN CRISIS LA TRANSMISIÓN GENERACIONAL DE
LA FE? ¿La cadena de transmisión de la
fe en las familias está a punto de romperse?
Los jóvenes de mayo del 68 con sus pintadas (“la
imaginación al poder”, “prohibido prohibir”, “lo sagrado: ahí está
el enemigo”) son ahora los abuelos de unos nietos (la generación
digital), que en un número significativo no están bautizados, muchos
celebran la fiesta de la primera comunión, muy pocos se confirman
(¿es su despedida de la Iglesia?) y solamente un 4% acude a misa los
domingos regularmente. Serán cada vez más los que se casen por lo
civil o vivan “en pareja”.
Los padres de estos niños y jóvenes pertenecen a una
generación cuya educación está marcada por la secularización de la
sociedad. En ella predominan los indiferentes y ateos por encima de
los católicos practicantes. Hay un rasgo muy característico de la
situación religiosa actual: No son pocos los que dicen “creer sin
pertenecer”: son creyentes no afiliados. Las madres han venido
trabajando fuera del hogar, dejando a los hijos al cuidado de los
abuelos. Es la primera generación de padres que ya no transmite a
sus hijos mensajes y actitudes religiosas. La desaparición de los
abuelos, especialmente de las abuelas, augura un mal futuro a la
transmisión de la fe. El
Arzobispo Fernando Sebastián decía que “asusta pensar lo que será
nuestra sociedad dentro de 20 ó 30 años, cuando una segunda
generación surja y madure sin las conexiones que todavía tienen los
jóvenes actuales con muchas ideas y muchos valores cristianos”.
TRANSMISIÓN DE LA FE Como mejor se aprende a creer
es conviviendo con personas creyentes a las que
admiramos y en las que confiamos. Para ello, el mejor ámbito
es la propia familia. La fe no se transmite con los genes o como una
enfermedad hereditaria. Ni como un patrimonio familiar. Tampoco como
los conocimientos académicos o las capacidades profesionales. El
mejor medio para transmitir la fe son las relaciones interpersonales
y ninguna hay más estrecha que la del niño con sus padres,
especialmente con su madre durante la gestación.
Santo Tomas de Aquino habla de la familia cristiana como de un
«uterus spiritualis». Una
verdadera educación-transmisión de la fe no es
sólo teórica o doctrinal, sino sobre todo vivencial, que penetra en
la vida. Es necesaria la cercanía de la convivencia diaria, que es
propia del amor y de la comunidad familiar. «Sólo el Amor es digno
de fe» (von Balthasar). Nos fiamos de quien nos sentimos amados. Si
los padres quieren transmitir la fe a sus hijos es necesario que
vivan sinceramente esta fe cristiana. Decía Guardini que la fe se
propaga con la fe, como un cirio se enciende con otro cirio: “La
primera cosa que influye es la manera de ser del educador; la
segunda, lo que hace; la tercera, lo que dice”.
El Papa Francisco viene ofreciendo unas hermosas
reflexiones sobre cómo transmitir la fe, que “es
ante todo un don que hemos recibido”. Hablando de la influencia de
las madres decía que “la mirada de fe siempre necesita de la mirada
sencilla y profunda del amor “. Y añadía “no se puede anunciar el
Evangelio de Jesús sin el testimonio concreto de la vida. Quien nos
escucha y nos ve, debe poder leer en nuestros actos eso mismo que
oye en nuestros labios”. Destacaba un consejo de San Francisco de
Asís a sus hermanos: “predicad el Evangelio y, si fuese
necesario, también con las palabras. Predicar con la vida” (Homilía,
14 de abril de 2013).
La fe cristiana no se limita a aprender oraciones, a memorizar el
catecismo, o a “cumplir”. Creer en Cristo es un modo de pensar y de
vivir. Es un modo de amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo
como a uno mismo.
La fe cristiana se transmite en la familia
si los padres viven esta fe en Cristo. Muy especialmente en la
educación en la fe es fundamental el testigo, que se transforma en
punto de referencia, al estar personalmente comprometido con Cristo
y con la verdad del Evangelio, que propone.
El Catecismo de la Iglesia Católica, refiriéndose a la fe,
dice que “no creemos en las fórmulas, sino en las realidades que
estas expresan y que la fe nos permite "tocar" (170). Y con relación
a la transmisión de la fe cristiana afirma que
“es ante todo el anuncio de Jesucristo para conducir a la fe en Él”. QUÉ FE HAY QUE TRANSMITIR ¿Cómo es la fe que hay que transmitir, en la
Iglesia y en las familias?
Resumimos algunas enseñanzas del Papa Benedicto XVI: La fe no
significa sólo aceptar cierto número de verdades abstractas. En la
educación de los jóvenes en la fe, que no es ideología, se trata de
un auténtico encuentro con la persona de Cristo.
La educación en la fe debe consistir, antes que nada, en cultivar lo
bueno que hay en el hombre. La fe se basa precisamente en las
virtudes naturales. La fe es don de Dios, pero es
también acto profundamente libre y humano. La fe es amor, porque el
amor de Dios quiere “contagiarnos”. Creer es una decisión razonable.
La Iglesia no impone, sino que propone libremente la fe católica. “La fe no es un simple asentimiento intelectual del hombre a las verdades particulares sobre Dios; es un acto con el que me confío libremente a un Dios que es Padre y me ama; es adhesión a un «Tú» que me dona esperanza y confianza. Cierto, esta adhesión a Dios no carece de contenidos” (24-10-2012). |
Fuente: | autorescatolicos.org |
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