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Educación en la fe y familia |
Autor |
P. Mariano Esteban Caro |
LA FE BAUTISMAL DEBE CRECER El Catecismo de la Iglesia
Católica (1253) dice que el bautismo es “el
sacramento de la fe”, un don que Dios hace al
bautizado, incluso a los niños. Pero la fe, en cuanto tarea humana,
está llamada a crecer: “en todos los bautizados, niños y adultos, la
fe debe crecer después del bautismo” (Catecismo de la Iglesia
Católica 1254). El germen de la fe, transmitido eficazmente
en el bautismo, ha de crecer y madurar en orden al conocimiento de
los contenidos de la fe y de la vida cristiana.
Es la gran tarea de la catequesis, de la que ningún cristiano está
dispensado. Tampoco los adultos. Se habla del catecumenado de
tercera edad. “Lo que sucede en el bautismo es el comienzo de un
proceso que abarca toda nuestra vida. Nos hace capaces de eternidad”
(Benedicto XVI, 3-4-2010). Los padres, en nombre del niño,
con el símbolo del cirio, reciben la llama de la fe: tienen que
procurar que esté continuamente alimentada. Siendo educadores de la
fe de sus hijos, desarrollan en ellos el germen de la vida nueva
hasta llegar a su plena madurez. Los años de la niñez y de la
juventud deben ser un camino de iniciación a la vida cristiana y de
inserción en la Iglesia. LA FAMILIA, ESCUELA DE FE Y
DE VIDA CRISTIANA La familia cristiana ha de
responder siempre con la obediencia de la fe, que debe ser educada
permanente. La fe transmitida en familia, mediante el conocimiento y
el corazón, es mucho más que una sencilla tradición. Es necesario
que se convierta en una profunda y exigente opción de vida. La fe
como respuesta vital constante ha de ser cultivada. No basta con
haberla recibido y guardarla como un precioso tesoro. La familia es la primera y
natural comunidad educadora del ser humano. Por tanto, a la familia
le incumbe “fundamental y ontológicamente el deber de la educación
cristiana de los hijos” (Juan Pablo II, 28-6-84). Dice el Catecismo
de la Iglesia Católica: “El hogar es así la primera escuela de vida
cristiana” (1657).
La familia es por sí misma el mejor ambiente para educar a los hijos en la fe y en la vida cristiana. Un ambiente creado y animado permanentemente por la fe y el testimonio de los padres: una fe sincera y coherente y una vida conforme con esta fe. La familia, iglesia doméstica, es lugar de aprendizaje, a través del ejemplo de los padres, de actitudes y criterios cristianos sólidos que se conservarán a lo largo de toda la vida. La infancia es un período trascendental para transmitir la fe a los niños en el que la familia tiene un papel que jugar propio e irrenunciable con la fidelidad de los padres a Cristo, la conformidad de su vida con el Evangelio así como con la oración en familia. EL ESPÍRITU SANTO, MAESTRO
EN LA EDUCACIÓN DE LA FE El crecimiento y la maduración
de la fe a lo largo de toda la existencia se hace bajo la acción del
Espíritu Santo, el Maestro Interior, que actúa en la conciencia y en
el corazón. Es el primer pedagogo “del
crecimiento de nuestra fe y de nuestra vida cristiana” (Catechesi
Tradendae 73). En el bautismo recibimos el don
de la fe, como virtud sobrenatural, que debemos activar a lo largo
de nuestra vida cristiana. Tanto el origen de la fe como su
desarrollo y crecimiento, así como su permanente educación y
profundización, siguen siendo un don del Espíritu Santo. “Después
del comienzo de la fe, todo su posterior desarrollo se produce bajo
la acción del Espíritu Santo. Especialmente la continua
profundización de la fe es obra del Espíritu Santo, que da a alma
una perspicacia siempre nueva para penetrar el misterio” (Juan Pablo
II, 8-5-1991). El Espíritu, desde lo más íntimo del corazón, nos va
ayudando a comprender el mensaje recibido. Y es el Espíritu de la
verdad el que asegura permanentemente la fiel transmisión e
irradiación del Evangelio. Los padres deben considerarse
un instrumento dócil y vivo del Espíritu, atento a sus
inspiraciones, en comunión con el Él en la oración.
ENSEÑANZAS DE BENEDICTO XVI Discurso, 11-6-2007.-
Educar en la fe es educar también en el
seguimiento y el testimonio de Cristo. Es ayudar a los hermanos a
establecer una relación existencial con Cristo y con el Padre.
Educación no sólo en la fe y en el seguimiento, sino también en el
testimonio del Señor Jesús. La tarea de educar implica una atención especial
a niños, muchachos y jóvenes. Corresponde, ante todo, a la familia. Son muchas las familias que no están preparadas
para cumplir esa tarea; y algunas parecen poco interesadas en la
educación cristiana de sus hijos, o incluso son contrarias a
ella: aquí se notan también las consecuencias de la crisis de tantos
matrimonios. Para la educación y la formación cristiana son
necesarias la oración y la amistad personal con
Jesús, pues sólo quien conoce y ama a Jesucristo puede introducir a
sus hermanos en una relación vital con él. Los adolescentes y los jóvenes, cuando se sienten
respetados y tomados en serio en su libertad, a pesar de su
inconstancia y fragilidad, se muestran dispuestos a dejarse
interpelar por propuestas exigentes; más aún, se sienten atraídos y
a menudo fascinados por ellas. El auténtico educador también toma en serio la
curiosidad intelectual que existe ya en los niños y con el paso de
los años asume formas más conscientes. La labor educativa implica la
libertad, pero también necesita autoridad. Por eso, especialmente
cuando se trata de educar en la fe, es central la figura del testigo
y el papel del testimonio. Audiencia, 24-10-2012.-La
educación en la fe debe comprender un conocimiento de sus verdades y
de los acontecimientos de la salvación, pero sobre todo
“un verdadero encuentro con Dios en Jesucristo, de amarle, de
confiar en Él, de forma que toda la vida esté involucrada en ello” Audiencia del 28-11-2012: Se
refirió el Papa al papel de la familia en la educación en la fe de
sus hijos: “También en nuestro tiempo un lugar privilegiado para
hablar de Dios es la familia, la primera escuela para comunicar la
fe a las nuevas generaciones. Siendo los padres los primeros y
fundamentales educadores de sus hijos, deben asumir “la
responsabilidad de educar, de abrir las conciencias de los pequeños
al amor de Dios como un servicio fundamental a sus vidas, de ser los
primeros catequistas y maestros de la fe para sus hijos”. En la educación de la fe en la familia, en esta
ocasión destacaba el Papa “la vigilancia, que
significa saber aprovechar las ocasiones favorables para introducir
en familia el tema de la fe y para hacer madurar una reflexión
crítica respecto a los numerosos condicionamientos a los que están
sometidos los hijos. Esta atención de los padres es también
sensibilidad para recibir los posibles interrogantes religiosos
presentes en el ánimo de los hijos, a veces evidentes, otras
ocultos”. También habló de la alegría:
“la comunicación de la fe debe tener siempre una tonalidad de
alegría. Es la alegría pascual que no calla o esconde la realidad
del dolor, del sufrimiento, de la fatiga, de la dificultad, de la
incomprensión y de la muerte misma, sino que sabe ofrecer los
criterios para interpretar todo en la perspectiva de la esperanza
cristiana”. Y añadía que es importante ayudar a todos los miembros
de la familia a comprender que “la fe no es un peso, sino una fuente
de alegría profunda; es percibir la acción de Dios, reconocer la
presencia del bien que no hace ruido; y ofrece orientaciones
preciosas para vivir bien la propia existencia”. Finalmente destacó Benedicto XVI “la
capacidad de escucha y de diálogo: la familia debe ser un
ambiente en el que se aprende a estar juntos, a solucionar las
diferencias en el diálogo recíproco hecho de escucha y palabra, a
comprenderse y a amarse para ser un signo, el uno para el otro, del
amor misericordioso de Dios”.
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Fuente: | autorescatolicos.org |
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