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María Reina de la familia |
Autor |
P. Mariano Esteban Caro |
INTRODUCCIÓN
UNA DECISIÓN DE JUAN PABLO II El día 31 de diciembre de 1995
el Papa Juan Pablo II disponía que la invocación “Reina de la
Familia” se incluyera en las Letanías Lauretanas entre las
invocaciones “Reina del Santísimo Rosario” y “Reina de la Paz”. Así
accedía a las peticiones recibidas durante el Año Internacional de
la Familia (1994), en orden a que la Santísima Virgen estuviera
presente en cada hogar con la luz de su ejemplo y con su materna
intercesión. Esta invocación a María como
Reina de la Familia nos lleva a reconocer el valor de su presencia
en la Iglesia Doméstica, huyendo tanto del sentimentalismo como de
actitudes maximalistas o minimalistas, para “salvaguardar la medida
y el equilibrio tanto en la doctrina como en el culto mariano”(Juan
Pablo II, Audiencia del 3-I-1996). Un recorrido por las enseñanzas
del Magisterio de la Iglesia nos ayudará a profundizar en el influjo
salvador, que, como Reina y Madre, ejerce la Virgen María sobre la
gran familia de los hijos de Dios y sobre la pequeña iglesia
doméstica, ya que la familia cristiana participa de de la vida y
misión de la gran Iglesia. Podremos conocer cuál es la misión de
María en el misterio de la Iglesia, en el que está insertada la
familia cristiana, y su función como colaboradora en la obra
salvadora, que Cristo encomendó a la Iglesia, de cuya misión de
salvación participa la familia cristiana. María, Reina y Madre del pueblo
cristiano, es también Madre de la iglesia doméstica,
Reina de la familia. La Virgen María es Reina, no sólo por su
maternidad divina, sino también porque, por la voluntad de Dios,
tuvo parte muy importante en la obra de nuestra eterna salvación.
Después de su Asunción a los cielos no ha abandonado esta función de
Salvación. María, sentada junto al Rey de los siglos, resplandece
como Reina e intercede como Madre (el fundamento
de la realeza de María es su Maternidad divina). Intercediendo por
todos sus hijos, la Madre coopera en la acción salvífica del Hijo.
La iglesia doméstica participa de la misión y vida de la Iglesia, en
la que está presente la Virgen María. Esta presencia tiene un amplio
radio de acción, como son las familias cristianas, iglesias
domésticas. La participación de la familia
cristiana en la vida y en la misión de la Iglesia nos llevará a ver
a ésta como familia de Dios y a la familia cristiana como iglesia
doméstica. María, Reina y Madre de la gran Iglesia y de la iglesia
en pequeño, nos abre el camino hacia su propio influjo salvífico. Es
además modelo y prototipo.
1-LA DEVOCIÓN A MARÍA EN LA
FAMILIA La verdadera devoción.-La
devoción a la Madre de Dios ha de hacer que la vida de los
cristianos se conforme lo más posible a la imagen de la Virgen.
“Para que la piedad no sea sólo palabra huera, o una forma falaz de
religión, o un sentimiento débil y pasajero de un instante, sino que
sea sincera y eficaz, debe impulsarnos a todos y a cada uno, según
la propia condición, a conseguir la virtud”(FuC II). Con sentimientos de piedad
filial debemos honrar a nuestra Madre del cielo. Ella ocupa, después
de Cristo, el lugar más alto y el más cercano a nosotros. “Recuerden
los fieles –decía el Concilio Vaticano II- que la verdadera devoción
(a la Virgen) no consiste ni en un estéril y fugaz afecto, ni en una
cierta vacía credulidad, sino que tiene su raíz en la fe verdadera
por la que somos llevados al reconocimiento de la excelencia de la
Madre de Dios y por la que somos impulsados a un amor filial hacia
nuestra Madre y a imitar sus virtudes” (LG 67). Debemos tributar a
nuestra Madre un culto de alabanza, de reconocimiento y de amor. La devoción a María nos alcanza
de Ella impulso para la oración confiada, aliento para la práctica
de la penitencia, estímulo para el santo temor de Dios. Hacia la
Madre de Dios hay que demostrar una piedad ardiente y una firme
confianza, llevando una vida cada vez más conforme con la voluntad
de Dios (SM II). En su Exhortación Apostólica sobre la Iglesia en
América, el Papa Juan Pablo II dice que “la piedad hacia la Madre
del Señor, cuando es auténtica, anima siempre a orientar la propia
vida según el espíritu y los valores del Evangelio” (11). Terminamos con las palabras del
Papa Juan Pablo II en su Exhortación Apostólica
“Familiaris Consortio” sobre la auténtica devoción a María: “Así la
auténtica devoción mariana, que se expresa en la unión sincera y en
el generoso seguimiento de las actitudes espirituales de la Virgen
Santísima, constituye un medio privilegiado para alimentar la
comunión de amor de la familia y para desarrollar la espiritualidad
conyugal y familiar. Ella, la Madre de Cristo y de la Iglesia, es en
efecto y de manera especial la Madre de las familias cristianas, de
las iglesias domésticas” (FC 61). Dentro de la piedad de la
Iglesia.-La devoción a la Virgen es un
elemento esencial de la verdadera piedad de la Iglesia. Está
insertada en el cauce del único culto cristiano, “porque en Cristo
tiene su origen y eficacia, en Cristo halla plena expresión y por
medio de Cristo conduce en el Espíritu al Padre” (MC Int.). María es
maestra de vida espiritual para el cristiano, que ha de hacer de su
propia vida un culto a Dios y de su culto un compromiso de vida.
Ella es modelo de aquel culto que consiste en hacer de la propia
vida una ofrenda a Dios (MC 21). La finalidad última del culto a la
Virgen María es glorificar a Dios y el empeño de llevar una vida
conforme a su voluntad (MC 39). El Papa Pablo VI se refirió al
rezo del Santo Rosario en familia, que se presenta como santuario
doméstico y como Iglesia doméstica si sus miembros “elevan en común
plegarias suplicantes a Dios”, además de promover juntos la
justicia, practicar las obras de misericordia, dedicarse al servicio
de los hermanos, toman parte en las obras de apostolado y se unen en
el culto litúrgico (MC 52). El Papa Juan Pablo II en su Carta
Apostólica sobre el Rosario dice que el Rosario es también “desde
siempre una oración de la familia y por la familia” (41). Devoción a María y crecimiento en la gracia.- La piedad hacia la Madre del Señor es ocasión de crecimiento en la gracia, “porque es imposible honrar a la llena de gracia (Lc 1, 18) sin honrar en sí mismo el estado de gracia, es decir, la amistad con Dios, la comunión en Él, la inhabitación del Espíritu Santo…La Iglesia católica, basándose en su experiencia secular, reconoce en la devoción a la Virgen una poderosa ayuda para el hombre hacia la conquista de su plenitud” (MC 57). El culto que la Iglesia rinde a
la Virgen María se funda en la voluntad de Cristo. No es sólo una
iniciativa espontánea de los creyentes. Con su devoción a la Virgen
los cristianos reconocen el valor de la presencia de María en el
camino de la salvación, acudiendo a ella para obtener todo tipo de
gracias (Juan Pablo II, Audiencia 5-XI-1997). 2-REZO DEL ROSARIO EN
FAMILIA Desde Pío V (1566-1572)
son muchas las intervenciones de los Papas sobre el Rosario. Este
antiguo dominico, con la bula “Convenerunt” en 1669 fijó la
estructura del rezo del Rosario (o salterio de la Virgen María) casi
idéntica a la forma actual: recitación del ave María 150 veces (150
son los salmos), interponiendo el Padre nuestro cada decena, con
determinadas meditaciones, que ilustran la vida entera de Cristo.
Gregorio XIII (1572-1585) introdujo la fiesta del Rosario en el
calendario litúrgico (uno de octubre). Clemente VIII
(1592-1605) resaltó el valor del rezo del Rosario para la exaltación
de la fe católica y para implorar la paz del mundo. Pío IX
(1846-1878) pidió que se rezara el Rosario por eléxito del Concilio
Vaticano I. Lugar destacado merece el Papa
León XIII, el Papa del Rosario (1878-1903), que escribió doce
encíclicas, dos cartas apostólicas y otros documentos menores sobre
el Rosario (en total 22). Es el Rosario –dice León XIII- una manera
fácil de hacer penetrar e inculcar en las almas los dogmas
principales de la fe cristiana. Recordaba Juan XXIII cómo al llegar
el mes de octubre, instaba la pueblo cristiano a rezar el Rosario
como ejercicio de meditación, alimento de espiritualidad y como
intercesión por toda la Iglesia (“Il Religioso Convegno” l b). El
Papa Pío IX (1922-1939) en 1937 invitaba a rezar el Rosario
ante los peligros que amenazaban al mundo. Pío XII
(1939-1958) escribió una encíclica sobre el rezo del Rosario,
titulada “Ingruentium Malorum” (1951), además de innumerables
discursos y radiomensajes. “El Rosario es “síntesis de todo el
evangelio, meditación de los misterios del Señor…himno de alabanza,
oración de la familia, compendio de vida cristiana” (6c). El Papa San Juan XXIII
(1958-1963) tuvo el Rosario como un elemento esencial de su
espiritualidad (Diario del alma). El 28 de septiembre de 1960 en su
Carta al Cardenal Vicario invitaba a la comunidad cristiana a rezar
el Rosario por el éxito del Concilio Vaticano II. Al año siguiente
(29-IX-1961) publicó su Carta Apostólica sobre el rezo del Rosario,
titulada “Il Religioso Convegno”, en la cual proponía rezar el
Rosario con triple acento: contemplación de cada misterio, reflexión
y la intención por la que se reza. “¡Qué bello es siempre así el
Rosario del niño inocente, el Rosario del hombre y de la mujer,
padre y madre de familia; de las modestas
familias fieles a la antigua tradición doméstica”(6c). Destaca Juan
XXIII en esta Exhortación Apostólica que “el Rosario de María, pues,
viene elevado a la condición de una gran plegaria pública y
universal frente a las necesidades ordinarias y extraordinarias de
la Iglesia santa, de las naciones y del mundo entero” (7b). Pablo VI
(1963-1978) en la Encíclica “Christi Mater” (15-IX-1966) dice que,
aunque el Concilio Vaticano II no habla explícitamente sobre el
Rosario, pero sí con una indicación clara “ha enfervorizado el ánimo
de todos los hijos de la Iglesia hacia el rosario”, al animarlos a
realizar las prácticas y los ejercicios de piedad hacia María,
recomendados por el magisterio en el curso de los siglos (LG 67).
Sobre el Rosario para obtener la paz y como alimento de la fe, habló
Pablo VI en 1969 en su Exhortación Apostólica “Recurrens Mensis
October” (7-X-1969). Pero donde con más amplitud
habla del Rosario es en la Exhortación Apostólica “Marialis Cultus”
(2-II-1974): el Rosario, oración evangélica y de orientación
profundamente cristológica. Sin la contemplación, el Rosario es un
cuerpo sin alma –dice el Papa- y añade que por su naturaleza exige
un ritmo tranquilo y sosegado. El rezo del Rosario no puede ni
contraponerse ni equipararse con las celebraciones litúrgicas,
aunque es un piadoso ejercicio inspirado en la liturgia. “Queremos
recomendar vivamente el rezo del Rosario en familia”. Si falta en la
familia cristiana la plegaria en común, “faltaría el carácter mismo
de familia como Iglesia doméstica”. El Rosario debe ser considerado
–añade Pablo VI- como una de las oraciones comunes más excelentes y
eficaces de la familia cristiana. “Las familias que quieren vivir
plenamente la vocación y la espiritualidad propia de la familia
cristiana, deben desplegar toda clase de energías para marginar las
fuerzas que obstaculizan el encuentro familiar y la oración en
común” (MC 42-55). San Juan Pablo II
(1978-2005) ya en el ángelus del 29 de octubre
de 1978, recién elegido Sumo Pontífice, decía que el Rosario era su
oración predilecta. A él se refirió en múltiples ocasiones. El 16 de
octubre de 2002 publicaba la Carta Apostólica sobre el Rosario
(“Rosarium Virginis Mariae”, RVM), en la que decía que recitar el
Rosario es “contemplar con María el rostro de Cristo”, siendo
especialmente una oración por la paz y por la familia: “Fomentar el
Rosario en las familias cristianas es una ayuda eficaz para
contrarrestar los efectos desoladores de la crisis actual” (RVM 6).
El Rosario es, desde siempre, “una oración de la familia y por la
familia”, que favorece ciertamente su comunión, pues “la familia que
reza unida permanece unida”. Tradicionalmente es el Rosario una
oración que se presta para reunir a la familia. Señala Juan Pablo II
(RVM 41) que las familias, especialmente en las sociedades
desarrolladas, tiene dificultades para comunicarse; no se consigue
estar juntos o la televisión mantiene absortos a los reunidos. “La
familia que reza unida el Rosario reproduce un poco el clima de la
casa de Nazaret”. Y seguía diciendo “rezar con el Rosario por los
hijos, y, mejor aún, con los hijos, educándolos desde su tierna edad
para este momento cotidiano de intervalo de oración de la familia”
(RVM 42). La enseñanza
de Juan Pablo II sobre el rezo del Rosario merece ser coronada con
unas palabras suyas en la Carta Apostólica “Rosarium Virginis
Mariae”: “En el Rosario, mientras suplicamos a María, templo del
Espíritu Santo, Ella intercede por nosotros ante el Padre, que la ha
llenado de gracia, y ante el Hijo nacido de su seno, rogando con
nosotros y por nosotros” (RVM 16). Benedicto XVI
(2005-2013) en el Ángelus del 16 de octubre de 2005 decía que no
había que contraponer el rosario a la meditación de la palabra de
Dios ni a la oración litúrgica: es su complemento como preparación
para la celebración de la eucaristía y como acción de gracias, pues
“al Cristo que encontramos en el Evangelio y en el sacramento lo
contemplamos con María en los diversos momentos de su vida gracias a
los misterios gozosos, luminosos, dolorosos y gloriosos”. El rosario
contribuye a dilatar la comunión con Cristo. Y en el Ángelus del uno
de octubre de 2006 habló de la belleza de la oración del rosario,
tan sencilla y tan profunda, inseparable de la meditación de la
sagrada Escritura. “Es la oración del cristiano que avanza en la
peregrinación de la fe, siguiendo a Jesús, precedido por María”.
Terminaba invitando a rezar el rosario en familia, en las
comunidades y en las parroquias. Y el siete de octubre de 2007, se
fijaba en la imagen tradicional de la Virgen del Rosario: representa
a María que con un brazo sostiene al Niño Jesús y con el otro
presenta el rosario a santo Domingo. “Esta significativa iconografía
muestra que el rosario es un medio que nos ofrece la Virgen para
contemplar a Jesús y, meditando su vida, amarlo y seguirlo cada vez
con más fidelidad”. Para terminar, pedía que nos comprometiéramos a
rezar el rosario “por la paz en las familias, en las naciones y en
el mundo”. “En la oración, especialmente
con el rezo del Rosario, la familia contempla los misterios de la
vida de Jesús, interioriza los valores que medita y se siente
llamada a encarnarlos en su vida” (Mensaje, vía satélite, en la misa
conclusiva del VI Encuentro mundial de las familias, 18-I-2009). Papa Francisco (2013- ).
En su Homilía de 27 de octubre de 2013
decía: “Rezar juntos el “Padrenuestro”, alrededor de la mesa, no es
algo extraordinario: es fácil. Y rezar juntos el Rosario, en
familia, es muy bello, da mucha fuerza. Y rezar también el uno por
el otro: el marido por la esposa, la esposa por el marido, los dos
por los hijos, los hijos por los padres, por los abuelos… Rezar el
uno por el otro. Esto es rezar en familia, y esto hace fuerte la
familia: sencillez”. Asimismo en la audiencia del
día 1 de mayo de 2013: “Y en este mes de mayo, desearía recordar la
importancia y la belleza de la oración del santo Rosario. Recitando
el Avemaría, se nos conduce a contemplar los misterios de Jesús, a
reflexionar sobre los momentos centrales de su vida, para que, como
para María y san José, Él sea el centro de nuestros pensamientos, de
nuestras atenciones y acciones. Sería hermoso si, sobre todo en este
mes de mayo, se recitara el santo rosario o alguna oración a la
Virgen María juntos en familia, con los amigos, en la parroquia. La
oración que se hace juntos es un momento precioso para hacer aún más
sólida la vida familiar, la amistad. Aprendamos a rezar más en
familia y como familia”.
3-LAS LETANÍAS LAURETANAS
En su Carta Apostólica Sobre el
Rosario, Juan Pablo II habló de las Letanías Lauretanas. Como
conclusión del Rosario el espíritu siente la necesidad de dedicar
una alabanza a la Virgen Santísima, bien rezando la Salve Regina,
bien con las Letanías Lauretanas: “Es como coronar un camino
interior, que ha elevado al fiel al contacto vivo con el misterio de
Cristo y de su Madre Santísima” (RVM 37). Un recorrido por la historia de
esta oración litánica nos ayudará a comprender toda su riqueza. Las
varias letanías de Nuestra Señora (Venecianas, de Maguncia,
Deprecatorias y Lauretanas) tienen su origen en una desmembración de
las Letanías de los Santos, que se recitaban en Asia Menor, ya en el
siglo V. Este tipo de plegarias litánicas a María se generaliza en
la piedad del pueblo cristiano a partir del siglo XI, cuando comenzó
a dedicarse el sábado a la Madre de Dios. Así las Letanías de
Nuestra Señora llegan a ser la forma más sencilla de las “Laudes
Virginis”. Existe en la Biblioteca
Nacional de París un códice del siglo XII con el texto de las
Letanías, que ya en el siglo XV comenzaron a llamarse Lauretanas, al
ser cantadas por los peregrinos que acudían a la santa Casa de
Loreto. Con alguna modificación fueron introducidas en Lima en el
año 1592 por Santo Toribio de Mogrovejo; se las conoció como
Letanías Peruanas. El Papa Clemente VIII
(1592-1605) decretó que únicamente fueran consideradas como Letanías
de la Virgen las que se cantaban en la santa Casa de Loreto. Estas
Letanías han ido recibiendo nuevas invocaciones como consecuencia de
las enseñanzas del Magisterio o en razón de las necesidades o de la
devoción del pueblo cristiano. Del siglo XVI es la invocación
“Auxilium Christianorum”. A petición del Rey de España, el Papa
Clemente XIII introduce “Mater Inmaculata” el 12 de septiembre de
1767. “Regina sine labe concepta” llega a las Letanías con ocasión
del dogma de la Inmaculada en el Año 1854. El Papa León XIII dispuso
que se incluyeran dos invocaciones: “Reina del Santísimo Rosario” y
“Madre del Buen Consejo”. El día 5 de mayo de 1917 Benedicto XV
introduce “Reina de la Paz” y Pío XII, “Reina Asunta al Cielo”,
después de la definición dogmática en 1950 de la Asunción de la
Virgen María en cuerpo y alma a la gloria del cielo. La proclamación
de María como Madre de la Iglesia, hecha por Pablo VI el 21 de
noviembre de 1964, está en el origen de esta invocación en las
Letanías. La decisión del Papa León XIII en orden a que las Letanías Lauretanas se recitaran juntamente con el Rosario, hace que hasta ellas llegue también el significado teológico-litúrgico, que Pablo VI atribuyó al Rosario en su Exhortación Apostólica “Marialis Cultus” (MC) de 2 de febrero de 1974, en la que hace una viva recomendación para que el Rosario se rece en el seno de la familia, Iglesia Doméstica (MC 52). El día 31 de diciembre de 1995 el Papa San Juan Pablo II disponía que la invocación “Reina de la Familia” se incluyera en las Letanías Lauretanas entre las invocaciones “Reina del Santísimo Rosario” y “Reina de la Paz”. |
Fuente: | autorescatolicos.org |
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