Asistimos
a la maliciosa e intencionada ofensiva contra la familia y contra la
concepción; la institución familiar, su naturaleza y misión, soporta
una crisis creciente y sistemática en sus fundamentos esenciales. Ello
manifiesta la gran debilidad del espíritu que se ha sacudido la
verdad y se acoge a la antropología del error; el hombre cae en la
tentación de sustraerse a la verdad sobre su propio ser y la esencia del
amor. No obstante, es conveniente rehuir el pesimismo inoperante y, a su
vez, el optimismo estéril y cándido. La institución creadora de vida,
fundada en el matrimonio sufre el cerco de los virulentos arqueros del
discipulado laicista generalizado y de la mentalidad secularizante,
patentes en determinadas organizaciones políticas nacionales e
internacionales y presentes en relevantes medios de comunicación social;
son agentes demoledores de los valores tradicionales, buscan arruinar la
vida moral y religiosa de mucha gente y, al mismo tiempo, impedir la
percepción de la realidad del matrimonio en muchos desprevenidos y,
especialmente, en la mente, aún en formación, de los hijos cristianos.
La sociedad posmoderna, en su inopia, se abraza al relativismo y al
escepticismo galopantes que la dañan y degradan. Es la juventud la más
amenazada, en su caminar hacia la madurez y el arraigo de sus convicciones
que la acoracen en su fortaleza a salvo de estos vendavales denigrantes y
nocivos, ha de hallar el apoyo y orientación de sus padres y educadores
para, con fortaleza, resistir, luchar y vencer. El cristiano ha de
reafirmar su fe y esperanza sin desfallecer, acogiéndose al camino,
verdad y vida del Evangelio; inundado de la palabra del Maestro y con una
profunda confianza en Dios, y sin desentenderse de la gravedad de los
males que amenazan, oponer los resortes necesarios y los muros resistentes
para mantener el castillo enhiesto. La verdad de la doctrina emanante del
Evangelio incitará la esperanza y tornará la desilusión del hombre
actual en sólida firmeza. Así pertrechados podrán los niños de hoy
poner los cimientos para construir el mundo del tercer milenio.
La maternidad y a la paternidad humanas
en la comunión conyugal, adquieren su dignidad y misión de la paternidad
divina. Tales funciones complementarias e inseparables establecen, con los
hijos, unas relaciones interpersonales singulares. El niño requiere pasar
del seno materno a la realidad de un matrimonio estable cimentado en la
unión del amor conyugal.
El
niño nace desvalido, necesita el aliento de la madre y el cuidado cálido
y propicio del hogar para su supervivencia. Y lo mismo que desde el seno
materno recibe la subsistencia para su crecimiento, la atención de los cónyuges,
desde el día primero es imprescindible para ir adquiriendo los
conocimientos que lo van a conducir a la madurez y el fortalecimiento de
la personalidad, de la voluntad y del entendimiento.
La maternidad está íntimamente vinculada a la estructura personal
del ser humano y a la dimensión personal del don (Cf. Mulieris
dignitatem, 18). La eficiencia materna es decisiva para construir, con
solidez, la naciente personalidad del niño; por la maternidad, la
dignidad de la mujer se realza en su ofrenda ferviente hacia el hijo;
tarea que se debilita sin la presencia efectiva y consistente del padre,
es un elemento imprescindible de la educación, pues "la paternidad y
la maternidad suponen la coexistencia y la interacción de sujetos autónomos"
(Gratissimam sane, 16. (4). Esta conjunción insustituible se muestra
prioritaria e imprescindible en la educación de los hijos.
Los hijos son un don precioso para la familia y para la humanidad,
en todas las dimensiones de su existencia humana y cristiana, y son
esperanza del porvenir de la sociedad y de la Iglesia. Son
dádiva maravillosa de Dios. La
educación humana y la evangelización de la infancia se han de realizar
en el fomento de la cultura de la vida, en la construcción de la
civilización del amor.
Hemos de gritar, con insistencia, en todos los foros, al mundo y a
las naciones que no se puede transformar al niño en una "mónada"
abstracta, aislada, cuyos derechos no guardan relación con su situación
real de dependencia y tutela. El seno familiar es el ámbito natural en
que se respetan mejor los derechos de los niños de acuerdo con los
principios de solidaridad y subsidiariedad. El espacio eficaz para
proteger al niño y sus derechos es el que pertenece a la familia
fundada en el matrimonio.