“La
Santa Sede, dice el cardenal A. López Trujillo, quiere ser siempre fiel
al amor de especial predilección y ternura del Señor por los niños, en
el reconocimiento y respeto pleno que les es debido.
A lo largo de los siglos han surgido, en el seno de las comunidades
cristianas, incontables instituciones y obras en favor de la niñez, y han
brindado, en las más diversas dimensiones un servicio generoso: en la
familia, en la educación, salud, con especial énfasis en los más pobres
y necesitados. La lucha contra la pobreza, que flagela a la infancia
cruelmente y cobra tantas víctimas, es una exigencia fundamental.
Su Santidad Juan Pablo II ha escrito durante el Año Internacional
de la Familia (1994) una significativa Carta a los Niños. Son fuente de
alegría y esperanza para los padres y para la sociedad, y son amados por
Dios en el Jesús Niño que se presenta en Belén como un recién nacido.
En ella, denuncia los sufrimientos, amenazas y atentados de que son
víctimas los niños: "padecen hambre y miseria, mueren a causa de
las enfermedades y la desnutrición, perecen víctimas de las guerras, son
abandonados por sus padres y condenados a vivir sin hogar, privados del
calor de una familia propia, soportan muchas formas de violencia y abuso
por parte de los adultos" (Carta a los Niños). No se puede
permanecer indiferente, advierte el Papa, ante el sufrimiento de tantos
niños.
Además de las múltiples formas de violencia indicadas hay otras
que proliferan, con drásticos efectos. Como es la polución moral del
ambiente que les impide respirar espiritualmente un oxigeno puro. Las
Familias y los Estados no pueden evadir las exigencias de una
"Ecología humana" ("Centesimus annus", n. 30). Cuando
los valores morales son impunemente conculcados, cuando la atmósfera es
cargada artificiosamente de erotismo, y se vacía y se banaliza el
significado de la sexualidad humana, e incluso se les induce a
"estilos de vida", de comportamientos incalificables, en un
clima de alarmante permisivismo, los riesgos de la violencia crecen.
Aunque, con notable retardo, porque son ya muy numerosas las víctimas,
muchos parece que comienzan a reaccionar y a revisar actitudes y a
fortalecer las normas legales para evitar sus consecuencias devastadoras.
..
El reconocimiento pleno de la dignidad humana del niño, de todos
los niños, imágenes de Dios, desde el momento de su concepción, parece
que se ha perdido y tiene que ser renovado. La verdadera medida de
grandeza de una sociedad es aquella con la que reconoce y protege la
dignidad y los derechos humanos y asegura el bienestar de todos sus
miembros, especialmente los niños. Una sociedad sana, de genuino rostro
humano, es aquella en la cual los individuos reconocen a la familia como
la célula básica de la sociedad y la más importante proveedora y
educadora del niño, así como está proclamado en la Convención
internacional sobre los derechos del niño (1989).
Es muy importante observar el criterio central, varias veces
subrayado en la misma Convención, según el cual debe prevalecer "el
bien superior del niño". Este criterio iluminador no debe ser
sofocado o burlado por leyes injustas. "El bien superior del
niño" es un precioso criterio que hunde sus raíces en su dignidad
personal: el niño es fin, no instrumento, medio, objeto (Cf. "Gaudium
et spes", n. 24); es sujeto de derechos, comenzando por el derecho
fundamental a la vida, desde su concepción, que nada ni nadie puede
negar, así como lo afirma el párrafo 9 del preámbulo de la Convención.
El proceso del desarrollo humano en todos sus aspectos, físico,
emocional, espiritual, intelectual y social es el resultado de una
sinergia entre la familia y la sociedad. Sólo por medio de una
colaboración eficaz el niño podrá ser protegido de toda injuria, abuso
y opresión y ser capacitado para compartir y contribuir al bien común de
la Humanidad. Lograr este desarrollo es una gran empresa, siempre en
construcción, que a la vez pone de manifiesto el genuino espíritu y el
estado de salud de las sociedades y aportará remedios oportunos contra
las injurias y las necesidades.
"El bien superior del niño" exige su adecuada relación
con la familia, fundada sobre el matrimonio, cuna y santuario de la vida,
lugar del crecimiento personal, de afectos, de solidariedad, lugar del
derecho y de la transmisión intergeneracional de la cultura. Al servicio
del niño la comunidad internacional debe "defender el valor de la
familia y el respeto a la vida humana, desde el momento de la concepción.
Se trata de valores que pertenecen a la 'gramática' fundamental del
diálogo y de la convivencia humana entre los pueblos"
("Discurso de Juan Pablo II en el Jubileo de las Familias", 14
de octubre de 2000).
La Santa Sede por tanto mantiene que deben ser articulados los
Derechos del Niño con los Derechos de la Familia. Como institución
fundamental para la vida de toda sociedad, la familia, fundada sobre el
matrimonio, ha de ser entendida como pacto por el cual "el hombre y
la mujer constituyen entre sí un consorcio de toda la vida, ordenado por
su misma índole al bien de los cónyuges y a la generación y educación
de la prole" (Juan Pablo II, Carta a las Familias, "Gratissimam
sane", 1994, n. 17; Cf. Código de Derecho Canónico, can. 1055;
Santa Sede, Carta de los Derechos de la Familia, 1983, art. 1-3;
Declaración Universal de los Derechos Humanos, art. 16).
El niño, todos los niños, en cualesquiera situación o
circunstancia, han de ser amados, acogidos, protegidos y educados, con
especial dedicación y ternura, incluso mayor, cuando más duras y pesadas
sean sus limitaciones y dificultades. Debe hacerse todo lo posible porque
sean concebidos, nazcan, crezcan y sean formados en una familia, capaz de
brindar, de forma positiva y permanente, protección y ejemplo como
elementos irreemplazables de su educación.
El niño ha de ser considerado como miembro de la familia, de tal
manera que los progenitores, abiertos al don de la vida, con una bien
concebida paternidad y maternidad responsables, cumplan con sus deberes
irrenunciables y sean ayudados por la sociedad, y no obstaculizados en su
misión (cf. Carta de los Derechos de la Familia, art. 1b, 3c).
Sólo cuando falta la familia, la sociedad y el Estado han de
brindar lo que al niño le es necesario, ojalá en un ambiente que ofrezca
la calidad como de una familia, por su acogida, dedicación, respeto y
ternura. "Todos los niños, nacidos dentro o fuera del matrimonio
gozan del mismo derecho a la protección social para su desarrollo
personal e integral" (Carta de los Derechos de la Familia, art. 4e).
Mi Delegación sostiene que ha de obtenerse una legislación de
protección de la niñez que preserve los niños de todas las formas de
explotación y abuso, como por ejemplo el incesto y la pedofilia, ya sea
en el trabajo, en la esclavitud, en los delitos abominables de la
prostitución y la pornografía, en los secuestros o su utilización como
soldados o guerrilleros, ya sea como víctimas de conflictos armados o de
las sanciones internacionales o unilaterales impuestas a algunos países;
plagas todas ellas que afrentan y escandalizan a la humanidad. Estas
variadas formas de violencia no deben quedar impunes.
Es preciso vigilar cuidadosamente para que las adopciones
-nacionales o internacionales-, cuando sean realmente aconsejables,
observado el principio del "bien superior del niño", sean
hechas por matrimonios que ofrezcan verdaderas garantías por su
estabilidad, solvencia moral, capacidad de acompañamiento y ejemplaridad,
de tal forma que los niños puedan ser adecuadamente educados, no
entorpecidos, cuando no destruidos en su misma personalidad. Hace parte
del interés del Niño para su desarrollo integral y armónico que -como
la misma ciencia lo enseña- tengan un padre y una madre.
No se reconoce el bien superior del niño cuando, condicionados por
el mito de la sobrepoblación -mito que los datos y tendencias
demográficas recientemente reconocidos muestran como infundado- se
imponen políticas de población contra los derechos de la familia y de
los niños. Debe ser reconocido, en primer lugar, el derecho fundamental a
la vida.
Los niños constituyen una riqueza y una esperanza para la familia
humana. Es por eso que la Delegación de la Santa Sede hace votos para que
esta sesión especial de la Asamblea General de las Naciones Unidas tenga
muchos y valiosos frutos para asegurar que los niños de todo el mundo
sean "primavera de la familia y de la sociedad". [Cardenal
A. López Trujillo, Presidente del Consejo Pontificio para la Familia,
sesión especial de la Asamblea General de la ONU. Traducción
facilitada por la Misión Permanente de Observación de la Santa Sede ante
las Naciones Unidas en Nueva York]