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Educación de los hijos a la luz de la palabra de Dios
Autor
Padre Felipe Santos Campaña SDB

 

Me gustaría hablaros hoy de los hijos, de su educación, de las relaciones padres-hijos. Es un tema complejo, difícil, profundo. Comprendemos mejor las relaciones con ellos y ellas cuando entendemos el tipo de relaciones que el Señor tiene con nosotros, sus hijos. Es él quien nos educa en lo espiritual y quiere darnos a los padres los medios de llevar a cabo esta educación como lo hace él con nosotros, sus hijos.

El Señor hace nuestra educación con el amor que le caracteriza. Y cuando la relación en el matrimonio es buena, cuando los padres marchan los dos según el Espíritu del Señor, en el amor, la prudencia y la gracia, y no bajo la ley de reacciones primarias y carnales, la educación de los hijos es mucho más fácil. No digo que sea fácil, digo que es más fácil.

Todos nacemos con el pecado. El pecado es la rebelión contra Dios y su Palabra. Hay en la naturaleza humana- desde su nacimiento- una raíz de rebeldía que se manifiesta muy pronto en el carácter y en el comportamiento de los niños/as.

Aprenden siempre antes a decir no que sí. Decir no, es natural. Para decir sí, hace falta una educación y una corrección.

Y si los padres estás llenos del Espíritu y le han pedido a Dios la prudencia para que la educación se haga según el Espíritu, los hijos podrán crecer en una atmósfera y en un ambiente que son propicios para su desarrollo.

No es una garantía de que todos vayan a volverse inmediatamente al Señor y a caminar según el espíritu, pero es al menos la garantía de que van a beneficiarse de un hogar con una atmósfera espiritual lo mejor posible. Y la mejor atmósfera espiritual, es cuando los padres se entienden, cuando tienen una buena relación con el Señor y entre ellos, y ambos dan realmente un ejemplo proporcionando a sus hijos el amor, la prudencia de los que tienen necesidad para ser bien educados.

Comenzaría por leer la carta a los Colosenses, capítulo 3 a partir del versículo 18: “Mujeres, someteos a los maridos, como pide el Señor. Maridos, amad a vuestras mujeres y no las irritéis. Hijos, obedeced a los padres en todo, como al Señor le agrada. Padres, no exasperéis a vuestros hijos, no se vayan a desanimar”.

Hay muchas cosas en estos versículos. ¡Niños, obedeced en todo a vuestros padres! Desde luego, el límite es siempre el pecado, pero sabed la diferencia entre lo que dice a las mujeres y lo que afirma de los niños.

El Señor, en boca de Pablo dice: “Mujeres, sed sumisas” e hijos obedeced”. No es la misma cosa.

Un niño no tiene necesariamente el discernimiento espiritual para saber a partir de qué momento el Señor le indica si debe decir que sí o no. Por eso, el estado espiritual de los padres es tan importante, porque si los padres mandan cosas injustas a sus hijos, éstos van a obedecer, pero esto no les van a hacer ningún bien.

Una mujer cristiana que está en comunión con el Señor, tampoco obedecerá a órdenes de su marido que sean injustas, aunque permanezca sumisa en su corazón, es decir, dulce y apacible sin rebelión ni discusión alguna.

Es importante saber que nuestros hijos deben entrenarse desde la infancia en obedecer órdenes justas. Es responsabilidad de los padres la aplicación de la Palabra que dice: “Hijos, obedeced en todo a vuestros padres”. El entrenamiento en la obediencia de los hijos comienza desde los primeros meses de la vida después de su nacimiento, y sobre todo en los tres primeros años. Los reflejos del aprendizaje de base son extremadamente importantes desde los primeros meses de la vida y luego en los años iniciales.

Evidentemente, la dosis de la corrección debe hacerse con la prudencia y sabiduría del Señor, pero es clave comprender que el niño siente necesidad de que se le eduque desde el principio de su vida y que experimente que hay barreras que no puede franquear.

El niño debe sentir que hay una disciplina y que existe para hacerle crecer, como un tutor ayuda a crecer a una planta pequeña.

Esta disciplina es algo que Dios ha previsto, porque el niño necesita de ella para su crecimiento espiritual. Hay teorías educativas que dicen:”Si dejas a tus hijos sin restricciones, se desarrolla correctamente y se va a sentir libre”, pero es falso.

El niño entregado a sí mismo no tiene puntos de referencia, no sabe a dónde ir y se convierte en un desgraciado. El niño tiene necesidad de barreras, de un marco que le dé seguridad. Este marco es el del Señor, su Palabra y el de los padres, que llenos del Espíritu, le dan como educación.

En las exhortaciones que Pablo da a la familia, comienza hablando a los padres, y luego se dirige a los hijos. Es el caso de este pasaje:”Hijos, obedeced en todo a vuestros padres”. Este entrenamiento a obedecer no es natural. El reflejo natural del niño es la desobediencia. Es innato, su carácter, la ley del pecado y de la muerte inscritas en el interior de su cuerpo de pecado que cada hijo hereda de sus padres. Por tanto, es importante que una disciplina lo entrene en huir de manía de la desobediencia y de la rebeldía que son innatas en él.

En la carta a los Efesios, en el capítulo 5, y en el versículo 22, Pablo se dirige a las mujeres, y en el versículo 25 a los maridos. Subrayad que dice:”Mujeres, sed sumisas...” y:”Maridos, amad...” Es exactamente lo que acabamos de leer en los Colosenses 3,18. Esta insistencia muestra que el punto débil de los maridos es la falta de amor, y el punto débil de las mujeres es la falta de sumisión. Y Pablo pone el acento en el punto débil de la carne.

Luego, en el capítulo 6 de la carta a los Efesios, Pablo se dirige a los hijos y dice:” Hijos, obedeced a vuestros padres según el Señor”. Y añade esta precisión: “según el Señor”. Eso quiere decir que los hijos de la familia cristiana, educados en una atmósfera espiritual, incluso muy jóvenes, van a ser formados rápidamente para discernir lo que es justo según el Señor. Y deben obedecer a sus padres: “pues eso es justo”.

“Honra a tu padre y a tu madre”. Para honrar a su padre y a su madre, el niño debe conocer la Palabra de Dios que se lo manda, y ser capaz de hacerlo en el espíritu”. (Es el primer mandamiento con una promesa), a fin de que seas feliz y vivas mucho tiempo en la tierra” (Efesios 6,1-3). Honrar a su padre y a su madre significa obedecerles según el Señor, y además, para rendirle honor. Pedro dice la misma cosa a los maridos:”Honrad a vuestras mujeres” (1Pedro 3,7), es decir, rendirles honor. En general, se rinde honor a alguien que tiene una posición elevada. Y los niños deben aprender a honrar a sus padres, en Espíritu según el Señor.

Los hijos reciben de ordinario todo lo que los padres cristianos pueden darles del Señor. Los padres les dan su amor, su afecto, atienden a sus necesidades materiales y educativas y, sobre todo, a sus necesidades de una enseñanza de la Palabra de Dios, que es el papel fundamental del padre. Su papel es alimentar a la familia. Y la alimenta no sólo en el plano financiero y material, sino que la alimenta ante todo mediante la enseñanza regular de la Palabra del Señor.

El padre debe comprender que los hijos, para crecer en el Señor, necesitan conocer su Palabra. Sienten la necesidad de tener esta Palabra vivida en la oración común del marido y de la mujer. Y es el padre quien tiene la responsabilidad primera cada día de instruir y enseñar, de corregir a lo largo de la jornada y de los momentos particulares. También compete a él la enseñanza bíblica regular a sus hijos.

Exhorto a los padres cristianos y sobre todo a los padres(ellos) a que no dejen de ir los domingos a la eucaristía con los hijos y a la catequesis. El domingo y su catequesis deben ser lugar de vivir el encuentro con el Señor y con la comunidad de creyentes. Pero es la familia el mejor centro de enseñanza dominical.

Si los padres no dan la educación bíblica a sus hijos en la familia, los hijos tendrán la impresión de que es algo secundario. Y cuando vayan a la catequesis dominical u otro día cualquiera de la semana, no tendrán la impresión de que sea algo muy importante, puesto que en casa no se habla de la Palabra de Dios, o se habla de ella muy poco.

Esta situación llega cuando el que es responsable, el pastor de la familia, el padre, no cumple con su deber de pastor y jefe de su hogar. Por tanto es importante que el hijo comprenda que todo lo que ocurre en la iglesia es simplemente la consecuencia normal de lo que pasa en casa.

Releo el versículo 2: “Honra a tu padre y a tu madre para sentirte feliz y para que vivas mucho tiempo”. Es realmente la condición y la promesa del Señor. Dadles honor. Se vive en un mundo cada vez más duro, en el que los hijos abandonan a sus padres en una edad avanzada, cuando ya están a punto de morir. Habéis visto que el verano último, en plena canícula, 15.000 personas mayores murieron y centenares no han sido reclamadas por sus propios hijos. Fue preciso hacer indagaciones, algunas veces prolongadas, para encontrar a sus hijos que no sabían que sus padres hubieran muerto en el sitio en que los habían dejado.

Es un signo de degeneración social grave, seria que muestra hasta qué punto la sociedad y el mundo han llegado en nuestros días. No hace falta que este espíritu entre en la iglesia. Debemos cuidar a los padres y ocuparnos de ellos hasta la muerte, amarlos, rodearlos de cariño y honrarlos.

Vuelvo a leer Efesios 6,1:” Hijos, obedeced a vuestros padres”. El entrenamiento en la obediencia, la formación en la obediencia debe llevarse a cabo desde los primeros meses de la vida. La educación de los niños en la obediencia debe hacerse en base a dos puntos de capital importancia.

Hay dos cosas que los padres no deben tolerar en sus hijos pequeños: la mentira y la rebeldía. Como la mentira y la rebeldía se manifiestan muy pronto en la naturaleza humana (que es una naturaleza de pecado), la corrección deberá girar sobre estos dos puntos. Cada vez que nos demos cuenta de que hay mentira y rebeldía, hay que corregir, sin dejar pasar ni siquiera una sola vez.

Tenemos necesidad de la prudencia del Señor para saber qué tipo de corrección hay que aplicar, ya que puede ser diferente de una vez para otra. A veces será suficiente un simple aviso serio, pero que en todo caso el hijo se entere en seguida de que la mentira y la rebeldía no se toleran en familia. Y no se toleran porque están en la misma raíz de la naturaleza de pecado. Evidentemente, si no se tolera quiere decir que a nivel de los padres nunca se cometen tampoco. Ni que decir tiene que si los padres cristianos se dejan llevar por los caminos del espíritu, no tolerarán en sus propias vidas la mentira y la desobediencia, porque aman al Señor, y les enseñarán en seguida a sus hijos que en familia no se toleran la mentira y la desobediencia.

Conozco familias cristianas en las que los padres- porque están cansados, estresados- toleran la desobediencia y la mentira de forma permanente. Si dicen:”Si haces eso, te castigaré”, el niño sabe que son palabras que se lleva el viento. Desobedece y no lo castigan.

Los padres dice por segunda vez:” Atención, te he prevenido, si lo haces, te castigaré”. Lo hace por segunda vez, pero no hay castigo. Este llega finalmente, pero después de 5ª ó 6ª desobediencia. Es demasiado tarde, pues el hijo ya ha comprendido que no era tan grave y que podía desobedecer varias veces sin recibir la corrección que le dijeron. Y a medida que va creciendo, también desobedece al Padre celestial por el comportamiento que ha visto en sus padres. Le sale natural decir estas palabras:” En mi casa, mis padres cristianos, que han sido educados en el Señor, y que debían conocer la Palabra, han dejado pasar la mentira y la desobediencia. Y se dice: Entonces mi Padre celestial hará lo mismo”.

No toleremos ninguna desobediencia. Hace falta que el hijo sepa que los padres no tolerarán la desobediencia y la rebeldía, y que el castigo se da desde la primera vez.

Los hijos podrán así ir a un tutor recto. Hay que tener mucha atención a quién se le confía. Porque si el tutor no tiene rectitud, cuando el hijo crezca, será exactamente igual.

Un tutor recto es quien sigue y vive la ley de la Palabra del Señor . El hijo no debe educarse en una atmósfera legalista y dura, sino en el amor, la firmeza de la palabra, pero a su nivel comprende que esta firmeza de la Palabra se manifiesta en mandamientos precisos que debe cumplir.

En un primer momento, los cumplirá obedeciendo como pueda. Lo importante es que ha entendido que se debe obedecer para no mentir ni rebelarse. Naturalmente, el hijo no llega a esta situación si alguien no le corrige. Tan sólo así se dará cuenta de que hay que evitar esos pecados a toda costa.

Al crecer, sus padres que le ayudan en la oración, experimenta que la fuerza le viene del Señor. Sólo así puede eliminar las malas raíces del pecado.

Voy a leeros algunos versículos del libro de los Proverbios de la Biblia. Son ricos en consejos prácticos espirituales para la educación de los hijos. Comenzaré por el capítulo 22, versículo 15:”La necedad se pega al corazón del muchacho: la vara de la corrección se la apartará”.

La vara es el bastón o la corrección física. “La necedad se pega al corazón del muchacho”. La necedad está desde el nacimiento pegada a la naturaleza humana. Evidentemente es la necesidad en relación con la sabiduría o prudencia de Dios. La sabiduría o prudencia del mundo es necedad en comparación con la prudencia de Dios. Esta necedad esta pegada al niño desde su nacimiento. Y se manifiesta por su desobediencia y rebeldía, y la vara de la corrección lo apartará de ellas. De aquí la importancia de la corrección.

En el capítulo 23, versículo 13, dice:” No ahorres castigo al muchacho: porque le azotes con la vara no morirá; tú lo azotas con la vara y libras su vida del Abismo”.

Cuando se aplica a la instrucción:” pegar con la vara”, no se trata de ser un bruto que golpea en la primera ocasión. Esto sólo logra una rebeldía mayor en el chico. Debe hacerse con amor, en el espíritu, con prudencia, pero no se puede evitar la corrección.

Toda corrección debe hacerse con amor. La corrección no debe aplicarse bajo el impulso de la cólera inmediata. En todo caso, si nunca surte su efecto, si el niño desobedece y queremos corregirlo con la cólera, no corrijáis en el momento, aguardad un poco y decid al hijo:” Paciencia, vuelvo”. Vete a dar una vuelta y ora al Espíritu. Luego di con amor al hijo:” Hijito, mira lo que ha ocurrido, te amo, pero es necesario que te corrija, ven.

No le corrijas ante los otros, ante los hermanos y hermanas, cógelo aparte, explícale lo que ha hecho.

Mantén un diálogo con él, dile que está mal, y con palabras adecuadas a su nivel, dile por qué está mal, y dile- como padre de carne y hueso- que tienes un mandato del Padre celestial para educarlo. Dile que tú también eres hijo de un Padre celeste que te está educando y corrigiendo también.

Cuando se hace esta manera, os aseguro que los hijos comprenden. Saben lo que es justo y aceptan más o menos bien y comprenden en su conciencia que es justo y muy importante. Una corrección que se hace con violencia, en lo inmediato y públicamente, que humilla al hijo, produce el efecto inverso.

En el capítulo 29 de los Proverbios y en el versículo 15 dice: “Palos y reprensiones meten en razón, muchacho consentido avergüenza a su madre”. La vara y la corrección de un hijo es el instrumento que el Señor nos da, pero es un instrumento que debe estar en manos prudentes y llenas de amor.

Cuando corregimos a nuestros hijos, hay que transmitirles este mensaje: “ Hijo mío, estoy luchando contra el pecado que se manifiesta en ti, y por el momento, es la disciplina de la corrección la que debo emplear para hacerte comprender. Vas a entender, por tanto, que pecar es malo, y cuando crezcas comprenderás cómo librarte de la esclavitud del pecado. Vas a comprender cómo caminar según el espíritu, pero en la edad que tienes, necesitas la disciplina y la corrección”.

Y antes de que tengamos el espíritu abierto al camino del mismo, Dios debe hacerlo por nosotros. ¡Cuánto tiempo hemos debido pasar bajo la vara de la corrección divina! Y continuamos bajo la vara de la corrección divina si es necesario para hacernos comprender que el pecado es odioso a los ojos de Dios. El pecado no es odiosos a nuestros ojos cuando venimos a este mundo, y el Espíritu Santo empieza a convencernos del pecado. Pero la vara de la corrección divina contribuye enormemente para que comprendamos hasta qué punto el pecado es odioso para Dios y hasta qué punto Dios emplea la corrección para sus hijos:”Todavía o habéis resistido hasta la sangre en vuestra lucha contra el pecado. ¿Habéis olvidado la exhortación que os dirigen como a hijos? Hijo mío, no desdeñes el castigo del Señor ni te desanimes si te reprende”.

Los hijos no deben desanimarse por la corrección. Debemos evitar la irritación de nuestros hijos. ¿Cómo evitarlo? Corrigiéndolos de forma injusta o brutal, de manera pasional, sin enseñanza o sin explicación previa.

Cuando estamos animados por el espíritu de amor y de la prudencia del Señor, podemos decirles con amor:” Hijo mío amado, no desprecies la corrección que te estoy dando, no te desalientes, y comprende que si lo hago, es realmente porque te amo y te llevo en el corazón, y busco tu interés espiritual. Si lo hago, no es para que te enfades o para impedirte que lea mi libro o porque me molestes en mis actividades, es porque quiero tu bien espiritual de todo corazón”. Y el hijo siente cuando lo amamos con este amor. Es el amor del Padre celestial en el corazón de un padre, que se traduce mediante esta corrección hecha con amor. Cuando se hace así, el hijo la siente.

Hablo del padre pero debo hablar también de la madre, ya que ella también debe corregir. Es preciso que los padres estén unidos en esta trabajo. El hijo no debe tener la impresión de que uno de sus padres que corrige y el otro que no lo hace. Cuando se da este caso, el chico se va derecho al débil porque el otro es muy severo. El hijo no debe percibir a los padres como si estuvieran en oposición en sus corazones en cuanto a los medios que deben emplear para la corrección y la educación de sus hijos.

La educación de los hijos es un tema que debe colocarse siempre en el marco general de la entente espiritual de la pareja. Una pareja que no se entiende bien espiritualmente es una pareja que no está en disposición de educar bien a sus hijos.

Los hijos tienen un discernimiento muy bueno para subrayar el menor fallo en el entendimiento espiritual de los padres y se aprovechan de estos fallos.

Los padres deben vigilar ante todo establecer entre ellos una unión espiritual profunda, en el espíritu, unión también que consiste en estar de acuerdo en la educación de los hijos, en los medios de corrección y en la disciplina. Hay que hablar de ella entre los padres, rezar juntos y aplicarla para que los hijos no se coloquen en una situación en la que uno de los padres no esté de acuerdo con lo que hace el otro.

Esto es realmente capital. Entonces veréis el trasfondo necesario de la oración en común de los padres. Padres que no oran juntos son padres incapacitados de educar a sus hijos como habría que hacerlo. Exhorto a los padres a que se tomen tiempo para rezar juntos, por ellos, por su hogar y por sus hijos. Juntos, en momentos que elijan lo mejor posible. La oración común lleva a los padres a una unidad más profunda de espíritu.

Prosigo: “Aguantad por vuestra educación, que Dios os trata como a hijos. ¿Hay algún hijo a quien su padre no castigue?” (Desgraciadamente, hay muchos hijos a los que los padres no castigan nunca). “Si no os castigan como a los demás, es que sois bastardos y no hijos. Más aún: a nuestros padres corporales que nos castigaban los respetábamos;¿no hemos de someternos más aún al Padre de los espíritus para tener vida? Aquellos nos educaban por breve tiempo, como juzgaban conveniente; éste para nuestro bien, para que participemos de su santidad”(Hebreos 12,710).

¿Es justo tratar a nuestros propios hijos como ilegítimos? Es decir, que nunca se les castigue y dejarlos crecer como hierba salvaje? Cualquiera que sea nuestra situación familiar, difícil a veces, al tener hijos, debemos comprender que nos toca a nosotros hacer el máximo para intentar educarlos y corregirlos como el Señor quiere.

Un hijo al que su padre nunca lo castiga, no lo respetará. No hay que extrañarse que cuando el hijo crezca tenga en su vida una actitud irreverente para con su padre que nunca lo castigó ni corrigió desde su infancia. “Ninguna corrección, cuando es aplicada, resulta agradable, antes duele; pero más tarde produce a los que la han ejercitado frutos de paz y de justicia” (Hebreos 12,11).

Existe una tristeza causada por el castigo. La corrección pone a la persona triste, pero cuando la corrección se hace según el Espíritu, produce una tristeza según Dios. Una corrección hecha con pasión, con cólera e injusticia, produce tristeza según el mundo que produce la muerte. Una mala corrección, injusta, pasional, produce la rebeldía. Una buena corrección hecha en el Espíritu del Señor produce la tristeza según el Espíritu del Señor, porque el Espíritu de Dios acompaña esta corrección para convencer de pecado.

En la carta 2 de los Corintios 7, el apóstol Pablo recuerda a los Corintios, que estaban entregados a las pasiones, que debían sentirse tristes. Lo dice en los versículos 8-10:” Si os contristé con mi carta, no lo lamento; lo lamenté al comprobar que aquella carta de momento os había contristado; ahora me alegro: no de vuestra tristeza, sino del arrepentimiento que provocó. Vuestra tristeza fue como Dios quiere, de nuestra parte ningún daño recibisteis. Una tristeza por voluntad de Dios produce un arrepentimiento saludable e irreversible; una tristeza por razones mundanas produce la muerte”.

Mirad el fin de una corrección hecha con amor, pero con firmeza y explicación. Cuando una corrección se inflige así al hijo, el Espíritu Santo trabaja en su corazón, y este hijo va a comprender la causa de la corrección y el fin por qué ha sido corregido y va a experimentar la tristeza de proviene de Dios. Y se enterará de que esta tristeza vine del hecho de al desobedecer, al mentir o al rebelarse, el Señor se entristece y también se ponen tristes los padres que lo aman y esta tristeza va a trabajar en su corazón para lanzarlo al arrepentimiento.

La tristeza del mundo produce la muerte. La tristeza según Dios se da por el Espíritu Santo, nos revela nuestro pecado y nos permite ponernos ante el Señor para pedirle perdón. Es lo que se opera en el corazón de los hijos cuando se les corrige por amor y en el Espíritu. Esta tristeza según Dios se va a producir por el Espíritu Santo en su corazón y van a aprender a pedir perdón a Papá.

Lo dice el versículo 11: “Fijaos cuántas cosas ha suscitado en vosotros esa tristeza según Dios: cuánta diligencia, cuántas excusas, cuánta indignación, cuántos respetos, cuánta añoranza, cuánto afán, cuánto escarmiento. Habéis demostrado plenamente que en este asunto no sois culpables.

El Espíritu Santo nos ha convencido de pecado, justicia y juicio, y la convicción de pecado comienza por esta tristeza, que me empuja a decir: He pecado, me siento profundamente triste, pero por el Espíritu de Dios, esta tristeza me ha hecho volver la mirada a Jesús, que ha sufrido un castigo tan grande y tantos sufrimientos por mi pecado.

Debemos mirarnos en el espejo de la Palabra para ver si el arrepentimiento producido en nuestra vida corresponde al arrepentimiento según Dios. Esta tristeza profunda del corazón debe producir los siete elementos del verdadero arrepentimiento según el Señor, esos siete elementos de este versículo 11 que acabo de leer en el capítulo 7 de la 2 carta de san Pablo a los Corintios. 

La corrección debe producir siete cosas, y en primer lugar, la diligencia. La acción del Espíritu Santo va a llevar al hijo a una profunda tristeza, que le conducirá aun verdadero arrepentimiento, arrepentimiento que va a producir la diligencia. ¿Qué diligencia? Un que le llevará a librarlo del pecado. Una diligencia que hará que se arrodille a los pies del Señor para pedirle su ayuda. Una diligencia que hará que no se deja llevar por las cosas. Todo esto se producirá en el corazón del hijo cuando se le da una buena educación y se cuenta con la ayuda del Espíritu Santo.

En segundo lugar, esta tristeza según Dios va a producir la justificación según el Señor. La justificación divina no es la justificación que consista para el niño en ensayar justificarse con buenas excusas, sino que esta tristeza según Dios va a producir la justificación según el Señor, que consiste en arrojarse a los pies de Jesús para recibir el perdón. Es por el perón de Jesús por lo que el hijo va a darse cuenta de que está justificado, lavado, devuelto justo por la sangre del Señor.

En tercer lugar, la corrección produce la indignación. ¿Indignación contra quién? ¿Va a indignarse el hijo contra el diablo que lo ha empujado a pecar? No, va a indignarse contra sí mismo, dejar de pecar y se indignará contra sí mismo por haberse dejado dominar por la pasión. El hijo se va a entrenar en esta indignación.

En cuarto lugar, la corrección produce el miedo, el miedo de Dios. Miedo, porque el juicio de Dios comienza por su casa. El hijo debe tener el miedo de la corrección de su padre como los padres tienen miedo de nuestro Padre. Dios es un Dios de amor, pero si olvidamos la corrección de nuestro Padre, si no tenemos en cuenta su Palabra, si descuidamos la obediencia del corazón, si dejamos que el pecado se quede en nuestras vidas al pensar que eso no es tan grave y que la gracia de Dios está con nosotros porque él es bueno, nos bendecirá aunque no olvidemos las consecuencias de una actitud son ciertamente muy graves.

¡Qué miedo debe producir la corrección! En la Iglesia primitiva, la acción del Espíritu Santo era poderosa. Leemos en los Hechos de los Apóstoles 2,43:”Antes los prodigios y señales que hacían los apóstoles, un sentido de reverencia se apoderó de todos”.

Y en el capítulo 5, vemos que Ananías, con la connivencia de su mujer Safira, vendió una posesión, se quedó con parte del dinero, llevó lo restante y lo depositó a los pies de los apóstoles. Pedro le dijo: Ananás, ¿cómo es que Satanás te ha impulsado a mentir al espíritu Santo quedándote con parte del campo? ¿No podías conservarlo? O, si lo vendías , ¿no podías quedarte con el precio? ¿Qué te movió a proceder así? No has mentido a los hombres, sino a Dios. Al oír esto Ananás cayó muerto y los que lo oyeron se atemorizaron”. “Toda la Iglesia y cuantos se enteraron quedaron espantados” (Hechos de los Apóstoles 5,11).

Este miedo viene de lo que tenemos que hacer ante un fuego devorador. Nuestro Padre es un Dios santo, un Dios de una santidad perfecta. Nos conoce, nos ama tal y como somos. Y lo ha previsto todo para que podamos salir del pecado y entrar en la santidad. Nos dice en los Hebreos 12 que la corrección de Dios se no hace para que podamos participar en su santidad, es una acción de su gracia:” Dios nos castiga para nuestro bien, con el fin de que participemos de su santidad” (Hebreos 12,10).

El miedo de Dios en el corazón es saludable porque concede una repulsión del pecado, no simplemente porque tema su corrección, sino porque temo desagradar a Dios, entristecerlo en su corazón, despreciar el gran sacrificio de Jesús.

En quinto lugar, la corrección produce un deseo ardiente .¿ Qué deseo ardiente? El de ponerse en comunión con Dios, en sus caminos y no esperar. Luego, en sexto lugar, la corrección produce el celo. No es un celo pasional, sino un celo según el Espíritu. Y finalmente, en séptimo lugar, la corrección produce un castigo. No habla del castigo de Dios. Habla del hecho de que me aflige el castigo de la cruz a mí mismo. Aplicar la cruz, es la muerte del pecado, es renunciar al pecado por la fe. Eso es el castigo. Y estos siete elementos son producidos por la verdadera tristeza según el Espíritu, tristeza que resulta de la corrección de Dios.

Digo todo esto en el marco de la educación de los hijos. El hecho de aprender a corregir a nuestros hijos en el Espíritu con amor y firmeza e instruyendo, va a producir todo eso en el corazón del hijo, porque el Espíritu Santo trabaja con nosotros, padres cristianos.

Leo en el 1 Corintios 11 a partir del versículo 27: “Por tanto, quien coma el pan y beba la copa del Señor indignamente, es reo del cuerpo y sangre del Señor. En consecuencia, que cada uno se examine antes de comer el pan y beber la copa. Pues quien no reconoce al cuerpo (del Señor), se come y se bebe su condena. Esta es la causa de que haya entre vosotros muchos enfermos y achacosos y que mueran bastantes. Si nos examinamos nosotros, no seremos juzgados. Y si nos juzga el Señor, es que nos escarmienta para no condenarnos con el mundo. Así pues, hermanos, cuando os reunáis para comer, esperaos unos a otros. Si uno tiene hambre, coma en su casa; así no os reuniréis para ser condenados. Los asuntos restantes los resolveré cuando vaya”.

Cuando corrijo a mis hijos en ese espíritu, les enseño que hay un juicio para el pecador. De igual que hay un juicio a nosotros, los padres, cuando pecamos y no queremos arrepentirnos. Para nuestros hijos, vamos a aplicar la corrección, una privación o algo que va a hacerle sufrir, pero nosotros debemos saber que si nos resistimos en cuanto padres al Señor, la vara del Señor es la prueba, la dificultad, la enfermedad o la muerte prematura, si el Señor lo juzga necesario.

Y debemos enseñar a nuestros hijos que el Señor tiene por objetivo nuestra perfección, que no es un Dios malvado, sino un Dios lleno de amor y misericordia. Y si cree justo que debemos corregirnos es para abrir nuestros ojos y aprendamos a juzgarnos nosotros mismos. Es la razón por la cual la educación de los hijos que pasa por la corrección, debe estar acompañada por la enseñanza de la Palabra y de la oración para que el corazón se sienta movido e impactado.

Y esta enseñanza es ante todo que el pecado no tiene poder en quienes están con Jesús. En la primera carta de Juan, capítulo 3 y versículo 4, dice: “Hijitos míos, vosotros procedéis de Dios y los tenéis derrotados, porque el que está en vosotros es más poderoso que el que está en el mundo...Nosotros somos de Dios, y quien conoce a Dios nos escucha. Así distinguimos el espíritu de la verdad y el espíritu de la mentira”.

Dios nos ha dado todo para que no seamos esclavos del pecado. Por el poder de la Cruz, nos ha entregado el medio supremo para rescatarnos de la carne, que es el origen de todos los pecados y tenemos en nosotros a Aquel que es el gran vencedor, el que no puede pecar, el que nos ha dado un espíritu nuevo, espíritu que no puede pecar. Permanecer en Cristo es permanecer en el Espíritu, es saber que caminar con el espíritu no se peca.

No digo que sea imposible pecar, esto sería una doctrina falsa. Mientras estamos en la tierra, a cada instante es posible caer en el pecado, si nuestra mirada se aparta de Cristo y de su Palabra y de la fe que nos ha dado.

En el versículo 8 afirma: “Quien comete pecado procede del diablo, porque el diablo es pecador desde el principio; y el Hijo de Dios apareció para destruir las obras del diablo. Nadie que sea hijo de Dios comete pecado, pues conserva su semilla; y no puede pecar, porque ha sido engendrado por Dios”.

¿Qué ha nacido de Dios en nosotros? Es nuestro espíritu regenerado. Nuestro espíritu regenerado recibido en el nuevo nacimiento ha nacido de Dios. En este espíritu regenerado es donde habita el Espíritu Santo que nos hace hijos e hijas de Dios.

Hemos recibido por el nuevo nacimiento el regalo de un espíritu nuevo regenerado, hecho a la imagen de Dios. Quien camina con este espíritu no peca. Sólo pecamos si caminos con las obras de la carne.

De aquí la importancia del mensaje de la Cruz que debe enseñarse a los hijos desde su más tierna edad. He tenido la ocasión de hablar del mensaje de la Cruz, del nuevo nacimiento y de la marcha con el Espíritu a una niña de cinco años. Lo entendió todo por la gracia del Espíritu Santo. No digo que lo haya entendido todo, pero al menos ha comprendido. Se llama Pierrette, y en un momento determinado en el que hizo una tontería, el Espíritu le hizo ver que era pecado; fue a encontrarse con sus padres y dijo:” Sabes, papá, es la vieja Pierrette la que ha hecho esto, no es la nueva”. Intentaba sin duda evitar la corrección, pero comprendió el origen de su pecado: la vieja naturaleza que había heredado en su nacimiento. 

Y sabía ya, a su edad, que había una nueva Pierrette que podía recibir de Dios la gracia de aprender a no volver a pecar mediante la unión que tenemos en Cristo cuando caminamos en el espíritu.

Y es esto lo que debemos enseñar a nuestros hijos, lo antes posible, no sólo corregirlos (es necesario), no sólo imponerles una disciplina de no faltar, sino darles mediante la enseñanza la apertura espiritual para entender que el sólo medio que tienen para deshacerse de la esclavitud de la carne, es el nuevo nacimiento y el aprendizaje del camino en el espíritu.

Me he esforzado en trazar un marco espiritual general, pues no quería entrar en listas de medidas que hay que aplicar según cada caso particular, lo que no tendrían ningún interés, pero el hecho de haber trazado este marco general debe ser suficiente para permitirnos comprender en qué estado de espíritu debemos educar y disciplinar a nuestros hijos.

Recuerdo que las dos condiciones esenciales son, en primer lugar nuestra relación personal con Jesús, y en segundo lugar, la unión espiritual de los padres para ejercer la disciplina buena y dar una buena enseñanza.

Oremos. “Señor Padre nuestro, quiero agradecerte porque eres nuestro Papá bueno y nosotros tus hijos. Podemos estar plenamente confiados en la calidad de la educación y enseñanza que nos das. Quiero bendecirte porque nos has dado tu Espíritu, tu Palabra, y un Salvador maravilloso, la sangre poderosa de Jesús para borrar nuestros pecados, tu Espíritu para hacernos entrar en la vida del Espíritu. Señor, sé que nos has confiado a los padres una gran responsabilidad: educara nuestros hijos en ti. Danos la gracia, Padre, poder educarlos en el Espíritu, corregirlos y enseñarlos en el Espíritu y mostrarles que pueden ellos también, desde que son muy niños, entrar en la vida nueva, que puedan recibir la gracia, el poder de tu Espíritu y seguir su senda. Padre Santo, te confío esta palabra preciosa en el corazón de todos tus hijos, en el corazón de los pequeños para que entiendan este mensaje, y que nos sometamos a tu gracia soberana y te quiero bendecir desde el fondo del corazón por todo lo que haces por nosotros, en el nombre de Jesucristo. Amén.

 
 Fuente:

 autorescatolicos.org

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