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Los niños en el Evangelio 
Autor
Camilo Valverde Mudarra

 

Jesucristo trae el reino de los humildes, no es un reino de ricos, ni de grandes y poderosos. Es una concepción distinta. En el reino de Dios, los parámetros son muy diferentes a los concebidos en este mundo de los hombres:  

"El que se haga pequeño, como un niño,  es el más grande en el reino de Dios" (Mt 18, 4).  

Los últimos son los primeros. Por eso Jesucristo, que es el primero, se hizo el último, se hizo la nada, un nadie (Flp 2,7), para hacer algo -para hacer mucho- al que es nadie y pequeño. Y por eso, San Pablo se llamaba a sí mismo "el menor" (elajistos), "el más insignificante" (elajistoi) (Ef 3, 8) y San Francisco de Asís, el evangelio viviente, era "el mínimo", el padre de una comunidad de mínimos, que eligió la "minoría" como signo y distintivo de los frailes menores.

En el reino de Dios lo más importante es lo más pequeño, como el grano de mostaza, la semilla más pequeña que se hace luego el arbusto más grande (Mt 13,32), o como el poco de levadura que hace fermentar a toda la masa (Mt 13,33; 1 Cor 5,6; Gal 5,9), o como el pequeño timón que dirige una nave grande (Sant 3.4 5). Lo débil es enaltecido (Lc 1,52); y, en el cuerpo de Jesucristo, que es la Iglesia, "los miembros más débiles son los más necesarios" (I Cor 12,22); en la Tierra Prometida, Belén, un pueblo bien chico, es una de las principales ciudades de Judá (Mt 2, 6). El Dios de la Biblia, "es el Dios de los humildes, socorro de los oprimidos, protector de los débiles, defensor de los abandonados, salvador de los desesperanzados" (Jdt 9,11), "Levanta del polvo al indigente, saca al pobre del estiércol" (Sal 113, 7). Por eso, "cuanto más grande seas, más te has de bajar" (Si 3,18).  

Jesucristo y los niños  

         Jesucristo, siempre acogió a los niños, los quiso tener a su lado y expresó así la preferencia de Dios por los niños:  

"Yo te alabo, padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos y se las has revelado a los sencillos" (nepior) (Mt 11, 25).  

Los nepioi son los niños pequeñitos que todavía ni siquiera han aprendido a hablar, son como los niños de teta del salmo 8, 3, los que están aún en la puerilidad (Mt 21,16).

Jesucristo tenía la costumbre de coger a los niños en brazos y de bendecirlos, imponiéndoles las manos (Mc 10,16). Por otra parte, los niños, más que nadie, se sentían atraídos por la ternura y la bondad de Jesucristo, al que seguían alborozados, hasta el punto que, incluso en el templo, gritaban dándole vivas: "Viva el Hijo de David", algo que indignó a los escribas y a los sacerdotes (Mt 21,15), Jesucristo les replica con el salmo 8: El cielo sublime canta la majestad de Dios y, entre tanta grandeza, hasta los mismos niños se unen jubilosos a esa alabanza cósmica, proclamando, sin saberlo, la mesianidad de Jesucristo, cosa que no hacen los mayores, como ellos, ni siquiera los dirigentes.

Jesucristo tenía tal fama de taumaturgo que las gentes creían que, con sólo tocarle, salía de él una fuerza curativa y un poder milagroso (Mt 9, 20). El toque de Jesucristo era tenido por un toque divino que hacía crecer a los niños sanos y robustos. Por eso, le llevaban los niños para que los cogiera en brazos, les impusiera las manos, rezara por ellos y los bendijera (Mt 19,13-15; Mc 10,13-16; Lc 15,15-17).

"Los discípulos les regañaban": Tal vez porque los niños son empalagosos y cansan a los mayores; porque resultan molestos y no querían que perturbaran a Jesucristo y le distrajeran, y para que Jesucristo no perdiera el tiempo con ellos; o también, porque, como era costumbre que los escribas y los jefes de las sinagogas bendijeran a los niños, los apóstoles no querían que las gentes tuvieran a Jesucristo como un simple escriba; puede ser también que los apóstoles participaran en la minusvaloración que los judíos hacían de los niños, a los que no tenían en cuenta para nada, o para casi nada.

El caso es que los apóstoles hicieron una cosa reprobable, pues se dice que "Jesús, al ver lo que hacían, los reprendió" (Mc 10,14). Jesucristo les regaña por haber rechazado ellos a los niños. Y a renglón seguido dice:  

"Dejad que los niños se acerquen a mí; no se lo impidáis, porque de los que son como ellos es el reino de los cielos. Os aseguro que el que no recibe el reino de Dios como un niño, no entrará en él" (Mc 10,14-15).  

         Pero el Maestro de Nazaret insiste en su mensaje, no es sólo una vez, hay otro pasaje referido también a los niños:  

"Los discípulos preguntaron a Jesús: ¿Quién es el más grande en el reino de los cielos? Jesús llamó a un niño, lo puso en medio y dijo: Os aseguro que si no cambiáis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de Dios. El que se haga pequeño como este niño, ese es el más grande en el reino de Dios. El que acoge en mi nombre a un niño, como este, a mí me acoge" (Mt 18,1-5; Mc 9,33-37; Lc 9,46-48).  

Marcos dice que Jesús cogió en brazos a un niño y lo puso en medio (9,36), y Lucas que lo puso a su lado. Si lo puso en medio, es para proponerlo como modelo, y si lo puso a su lado, es para indicar que está de su parte, que hace causa común con él. Estamos ante una parábola en acción semejante al lavatorio de los pies, en la que Jesucristo se hace el último, el esclavo, el servidor de todos; y lo que él ha hecho es lo que tienen que hacer todos ellos (Jn 13,1-17). Son lecciones prácticas que les da con su palabra y su obra; ellos tienen que hacer lo que ven y oyen del Maestro.  

Hacerse niño  

El mayor es el que se hace el más pequeño; por tanto, el que quiera ser el primero (protos), tiene que hacerse el último (esjatos). La cuestión de la precedencia y del protocolo era muy discutida en Israel. Se debatía sobre quién debía ocupar el primer lugar en el culto, en la administración, en los actos sociales, en el banquete. Y, por otra parte, el mayor, el más importante es el que se hace servidor, el criado, el que sirve al más pequeño, al más débil, al más necesitado. Y que los dirigentes, los de arriba, están para servir de verdad y no sólo, en apariencia, a los dirigidos, a los de abajo. El primero debe ser el último, y el menor debe ser el mayor. Ante la ambición de los apóstoles -y especialmente de los hijos de Zebedeo-, por querer ocupar los primeros puestos en el reino, Jesucristo, aprovechando la ocasión, les dijo:  

"Sabéis que los jefes de las naciones las tiranizan y que los grandes las oprimen con su poderío. Entre vosotros no debe ser así, sino que, si alguno de vosotros quiere ser grande, que se haga vuestro servidor, y el que de vosotros quiera ser el primero, sea el servidor de todos" (Mt 20,25-26).  

         El evangelista Mateo, en relación con la predilección de Jesucristo por los niños, dice:  

"El que dé de beber a uno de estos pequeñuelos (microi) un vaso de agua fresca, porque es mi discípulo, os aseguro que no perderá su recompensa (Mt 10,42).  

La idea expresada en estos textos obliga a los discípulos de Jesucristo, y muy singularmente a los apóstoles y a sus sucesores, a hacerse como niños. Es una lección fundamental para todos los seguidores de Jesucristo, sin ese requisito, no podrán entrar en el reino de Dios, y, así mismo, para los apóstoles, si quieren ser miembros cualificados del reino. En todo caso, el adulto tiene que dejar de ser lo que es y comenzar un nuevo modo de vivir, hacerse niño, nacer de nuevo en el renacer a la fe. Porque los niños enseñan a vivir a los mayores.

 
 Fuente:

autorescatolicos.org

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