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Los niños, en brazos del padre
Autor
Camilo Valverde Mudarra

 

Quiénes son los niños

 

Los niños son los grandes indigentes. los grandes necesitados, los más pobres, pues dependen de los demás de manera absoluta. No pueden valerse por sí mismos, lo necesitan todo.

El niño carece de todo poder, está siempre disponible para obedecer, para hacer lo que le manden. El niño es el símbolo del servicio.

El niño no pinta nada socialmente; no se le tiene en cuenta para nada; no se le consulta; no es un sujeto de derechos, lo que se le de es puro regalo. El niño, el sencillo, practica la fraternidad y la amistad sincera (1 Pe 1,22). El niño es la sinceridad absoluta; en él no hay doblez alguno; se manifiesta tal cual es, practica la rectitud del corazón.

          El niño es frágil, débil, insignificante, necesitado, está a merced de los demás, no guarda rencor, todo lo olvida con facilidad y con prontitud, se contenta con poca cosa, se divierte con una nonada, excluye la maldad, la malevolencia, la hipocresía, da con generosidad, sin calcular.

          El niño no tiene poder alguno de decisión, tiene que hacer lo que le manden, lo que quieran los mayores.

 

Cómo deben hacerse los adultos

 

          Los adultos, discípulos de Jesucristo, tienen que ser un vivo retrato del niño.

El adulto, que se hace niño, se deja llevar por Dios, le obedece siempre y en todo, renuncia a su propia voluntad para hacer la voluntad de Dios, se echa en los brazos de Dios como el niño en brazos de su madre.

          El adulto, que se hace niño, es "sencillo de corazón" (Sab l,1), no tiene "alma doble" (Sant 4,8), ni "doblez de corazón" (Si 1,28), "no anda por caminos torcidos" (Prov 28,6), ni "por dobles senderos" (Si 2,12), ni "tiene una lengua doble" (Sí 5,9), como las serpientes, posee la "rectitud del corazón" (1 Cron 29,I7).

El adulto, que se hace niño, se siente incapacitado para entrar en el reino, lo espera todo de Dios y lo recibe como un regalo; sabe que todo don perfecto viene de lo alto, que todo es gracia. Parte de cero, como un recién nacido, y va creciendo en la vida espiritual, hasta que se hace adulto, pero un adulto, que no deja de ser niño, pues en todo momento se siente en manos de Dios en total disponibilidad.

          El adulto, que se hace niño, no quiere significarse en nada, quiero pasar desapercibido, carece de pretensiones, no quiere ser nadie en la Iglesia, no se cree merecedor de nada, ni se siente con derecho a nada. ¿,Hay algo más antievangélico que un dirigente de la Iglesia, cuya misión esencial es la de servir, se convierta en un "servido" en todo, hasta en las cosas más nimias y ridículas? ¿Algo más antievangélico que querer hacer carrera en la Iglesia, que anhelar una distinción de tal o cual titulo eclesiástico que sólo sirve para fomentar las vanidades de este mundo? Por otra parte, ¿qué sentido tienen los títulos honoríficos eclesiásticos?

El adulto, que se hace niño, tampoco quiere el poder mundano, los reinos de este mundo, que pertenecen al Diablo (Le 4,5). Además, un niño no está para mandar, sino para ser mandado.

San Pablo.

          ¿Qué se pretende al decir que hay que hacerse como niños, eso que en la historia de la espiritualidad se ha llamado "la infancia espiritual"? Parece que no se trata de adquirir virtudes, pues el niño carece de virtudes v ni siquiera es capaz de ser virtuoso; es, más bien, veleidoso, inestable se deja llevar por el instinto, es voluble, es como una veleta que gira para un lado o para otro, según sea azotado por el viento, es un caprichoso, lo mismo ríe que llora, obedece que desobedece, da pataletas que saltos de alegría. Hay que estar siempre a su lado, enseñándole y corrigiéndole. ¿Qué santidad, por tanto, puede suponer hacerse como niño?

San Pablo se lamenta de que los corintios sean "como niños en Jesucristo" y de que tenga que tratarlos como a niños, "dándoles a beber leche", es decir, los principios más elementales de la doctrina cristiana, y "no alimento sólido", porque no son capaces de digerir el alimento profundo y sólido del misterio de Cristo (1 Cor 3,1-3). Les dice que "no sean maliciosos, sino como hombres, adultos"; que imiten a los niños únicamente en su falta de maldad, pues en ellos no hay malicia alguna (I Cor 14,20). Lo que San Pablo quiere decir, no es que no practiquen la "infancia espiritual", sino que no se queden en el "infantilismo espiritual".

          El cristiano tiene que crecer constantemente en la vida espiritual, hacerse adulto, firme v fuerte en la fe. Sólo así llegará al estado del hombre perfecto, a la medida de la edad de la plenitud de Cristo "para que no ser niños vacilantes y no dejarse arrastrar por ningún viento de doctrina... que induce al error, antes al contrario..., hay que crecer en todos los sentidos hacia Aquel que es la cabeza" (Ef 4, 14-15).

          El mismo se propone como modelo: "Cuando yo era niño, hablaba como niño, cuando llegué a hombre desaparecieron las cosas de niño" (I Cor 13,11) . Pero un cristiano, aunque llegue a la madurez del hombre adulto, nunca deja de ser niño, el supremo indigente ante Dios. Estas tres cosas son bien claras: lª) Que los niños se contaban en el número de los excluidos, de los olvidados, de los mínimos socialmente. 2ª) Que el Evangelio los acoge, los encumbra, situándolos entre los primeros, entre los preferidos del Señor, entre los que más cuentan. 2ª) Que los niños representan el verdadero discípulo de Jesucristo. Es más, presencializan al mismo Jesucristo, con los que, igual que lo hizo con los pobres, quiso identificarse: "El que acoge a un niño, me acoge a mí" (Mt 18,15)

 
 Fuente:

autorescatolicos.org

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