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Los niños, derechos del menor
Autor
Camilo Valverde Mudarra

 

La declaración de los Derechos del Niño, aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 20 de noviembre de 1959, fue resultado de un largo debate en torno al reconocimiento de la prioridad que debe tener la protección de los derechos de la infancia. 

Las Naciones Unidas han reafirmado su fe en la dignidad, el valor y los derechos fundamentales del hombre, y su determinación de promover el progreso social, para elevar el nivel de vida en un concepto más amplio de la libertad; en la Declaración Universal de Derechos Humanos han proclamado que toda persona tiene todos los derechos y libertades enunciados, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, opinión política o de cualquiera otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición, y que el niño, por su falta de madurez física y mental, necesita protección y cuidado especiales, incluso la debida protección legal, tanto antes como después del nacimiento; la necesidad de esa protección especial fue enunciada en la Declaración de Ginebra de 1924 sobre los Derechos del Niño y reconocida en la Declaración Universal de Derechos Humanos, y en los convenios constitutivos de los organismos especializados y de las organizaciones internacionales que se interesan en el bienestar del niño, 

En la Declaración, se disponen los principios sociales y jurídicos relativos a la protección y el bienestar de los niños, referentes a la adopción y la acogida en hogares de custodia, en el marco nacional e internacional, las Reglas mínimas de las Naciones Unidas para la administración de la justicia de menores (Reglas de Beijing) y la Declaración sobre la protección de la mujer y el niño en estados de emergencia o de conflicto armado, considerando debidamente la importancia de las tradiciones y los valores culturales de cada pueblo para la protección y el desarrollo armonioso del niño, y la cooperación internacional para el mejoramiento de sus condiciones de vida en todas las naciones. 

La definición del niño como sujeto de derecho y la creación de las condiciones sociales para su cumplimiento no es fácil; obliga a la sociedad a determinar el valor de la vida, desde la situación más simple hasta la dramática realidad de constatar que miles de niños, aún, están sometidos, abandonados, esclavizados y vejados. En todos los pueblos y naciones del mundo hay niños malviviendo en condiciones extremas que necesitan especial atención. La humanidad ha de proporcionarle al niño lo mejor que puede darle, defender su vida, su enseñanza, y su desarrollo y arbitrar los recursos suficientes para evitar los daños y los perjuicios. 

Es de justicia resaltar el interés que los derechos del menor han despertado a nivel internacional, especialmente, desde el año 1980. Basta citar la resolución 40/80 de la ONU, llamada las "Reglas de Beijing" y la Convención de los Derechos del Niño del 20 de noviembre de 1989, diez años después del año internacional del niño; y, a nivel europeo, las Recomendaciones del Consejo de Europa. En España contamos con la Ley del Menor de diciembre de 1995. En Madrid, se creó la figura del Defensor del Menor el 27 de junio de 1996, como consecuencia de la Ley de Garantías de los Derechos de la Infancia, ya vigente, y redes de "municipios en defensa de los derechos de los menores". La sociedad se sensibiliza cada vez más por la protección del menor. 

A pesar de esto, queda mucho por hacer; ahí están "los niños de la calle", los del Brasil, donde, en 1997, había 36 millones de niños indigentes, de los que siete millones andan vagando; los de Manila, unos 70.000; los de Moscú, unos 60.000 a la interperie; y los de tantas partes del mundo que viven en la calle, por aceras y cartones, excluidos y abandonados, muertos de hambre, cuando no asesinados, para que dejen de horrorizarnos y de crear problemas. Y ahí está la denuncia de UNICEF, sobre la existencia en el tercer mundo de, al menos, 250 millones de niños entre los cinco v catorce años que se ven obligados a trabajar en condiciones terribles, de infrahumanidad, de explotación, de miseria y de esclavitud: 152,5 millones en Asia; 80 en África; 17,5 en Iberoamérica y 0,5 en Oceanía.

Según el informe de 1997, respecto al Programa de la O.N.U. para el Desarrollo, casi 150 millones de niños están mal nutridos, cada día mueren 35.000 por causa de la pobreza. 130 millones no asisten a la escuela; en España, no asisten 75.000. El cuarto Informe Mundial sobre la Educación (1998) elaborado por la UNESCO indica que hay 145 millones de niños de 6 a 11 arios sin escolarizar y 284 millones de 12 a 17 sin enseñanza secundaria. Para el año 2.010, estas cifras crecerán a 152 y a 324 millones, en primaria v secundaria respectivamente. En Venezuela, con 21 millones de habitantes, 400.000 niños entre 4 y 6 años no van a preescolar y 1.020.000 entre 7 y 12 años no van a la escuela.

La gran mayoría vive en Asia. En China, cada año nacen quince millones de niños y cada año queda abandonado un millón. En África, trabaja uno de cada tres niños. En Iberoamérica, uno por cada cinco. El 25% de la mano de obra en la plantación de la caña, en el Brasil, es infantil. Y, en el mundo desarrollado, las cifras también son alarmantes. En España, tenemos doscientos cincuenta mil menores forzados a trabajar y medio millón se ven obligados a cambiar de escuela por el trabajo. En el Reino unido, entre un 15 y un 26°/, de los niños de once años trabajan; y en Estados Unidos, uno de cada cuatro niños es pobre y hay muchos que trabajan ilegalmente.

Los niños son hoy el paradigma de la esclavitud más abyecta. Se venden y se compran al por mayor. Se trafica con ellos. Son violados y prostituidos en burdeles. La trata de menores debe considerarse como un genocidio de la infancia. Mueren a montones de hambre. Más de seiscientos cincuenta mil, menores de catorce arios, padece el SIDA en el mundo.

El compromiso cristiano nos lleva a luchar por una legislación que garantice y proteja mejor los derechos del menor en armonía con los postulados humanos y evangélicos. No se puede observar este panorama sin conmoverse, impele a gritar y a ponerse en marcha. Es urgente establecer los mecanismos que conciencien al mundo y se llene de misericordia y no ceje de salvar a todos esos niños olvidados en la miseria. “Dejad que los niños vengan a mí”, acogedlos con amor, cuidadlos, salvadlos. 

 
 Fuente:

autorescatolicos.org

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