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La Iglesia no reconoce el divorcio, sólo declara
la nulidad de matrimonios
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Entrevista con el doctor José Luis Llaquet, sacerdote diocesano, es desde 1996 juez diocesano del Tribunal Eclesiástico de Barcelona (España). 


P: ¿Es un bien para la sociedad el matrimonio católico, el matrimonio de los bautizados? 

R: José Luis Llaquet: La Iglesia siempre ha defendido que el matrimonio es de institución natural. Lo que hace el bautismo es elevar a nivel sacramental ese bien natural. En nuestra sociedad, en la que hay tantos valores inestables, provisionales, el que la Iglesia católica defienda un matrimonio a perpetuidad otorga un bien a la comunidad completa. 

P: Se repite, un poco a ciegas, que la familia es la base de la sociedad. ¿Qué significa esto? 

R: José Luis Llaquet: No son palabras rimbombantes. Es una realidad: una familia bien estructurada quiere decir una sociedad fuerte el día de mañana. Por eso, yo creo que todas las iniciativas que tiendan a promover el bien de las familias, en un sentido humano y cristiano, benefician no sólo a la Iglesia sino a toda la sociedad. 

P: ¿Por eso la Iglesia no reconoce el divorcio? 

R: José Luis Llaquet: La Iglesia declara nulidad de matrimonios. La nulidad no sólo es una figura canónica, sino también civil, significa que un acto jurídico ha generado una apariencia que no ha tenido ningún fundamento en la realidad. La Iglesia, cuando declara la nulidad del matrimonio, lo que está diciendo es que ese matrimonio no ha existido nunca. El vínculo, cuando es válido, es perpetuo, de forma que solamente puede romperse con la muerte de uno de los contrayentes. La nulidad lo que dice es que ese vínculo no ha sido válido por algún defecto en el consentimiento, por algún impedimento o por algún defecto de forma. 

P: Algunos medios de comunicación dicen que es posible amañar estos procesos… 

R: José Luis Llaquet: Hay muchos tópicos sobre el proceso de nulidad: que si es muy largo, que si es muy costoso, que si sólo los famosos pueden acceder a él... No es verdad. En el tribunal donde yo trabajo (Barcelona), los procesos son, en su mayoría, llevados por personas anónimas, no por famosos. Ciertamente, son procesos largos, que tendrían que acortarse. Lo ideal sería que el proceso durara un año. Y los costos, bueno, muchos de ellos son causas que reciben el «beneficio de pobreza», que se llevan de forma gratuita. 

P: ¿Hay laicos en los tribunales eclesiásticos? 

R: José Luis Llaquet: Como regla general se sigue exigiendo el ser clérigo para formar parte de un tribunal eclesiástico, pero, dependiendo de los lugares, esto va cambiando. O porque no hay muchos clérigos formados en esta materia, o porque hay necesidad de la Iglesia de que los laicos participen cada vez con mayor profundidad. Los laicos pueden ser colaboradores de los clérigos en la función de juzgar. Es fácil intuir que en el futuro habrá más laicos participando en los tribunales eclesiásticos. 

P: ¿Podría promover esta presencia la corrupción o las componendas? 

R: José Luis Llaquet: Dependerá de cada persona. Yo, por mi parte, no veo ningún obstáculo. La Iglesia facilita los mecanismos jurídicos para esta incorporación de los laicos, y no tiene por qué haber corrupción. De hecho, no se da habitualmente. Hay una tasa por parte del obispado que indica el costo de cada trámite y nadie se lo puede «saltar». Yo nunca he visto un acto de corrupción en los tribunales eclesiásticos. 

P: ¿Cómo ha evolucionado la dimensión teológica del matrimonio católico? 

R: José Luis Llaquet: Hay cosas en las que sí hay evolución y otras en las que no. La Iglesia ha defendido siempre lo mismo en cuanto a las propiedades y los fines del matrimonio: el matrimonio es una unión entre varón y mujer, abierta a la vida, a la procreación y educación de los hijos y, a la vez, a la ayuda mutua de los propios contrayentes para conseguir un perfeccionamiento de sus propias vidas. Sin embargo, ha habido una mayor sensibilización, por parte de la Iglesia, sobre todo hacia la dimensión antropológica, la dimensión filosófica y la dimensión psicológica del matrimonio. 

P: ¿Qué nos ha hecho ver mejor esa apertura? 

R: José Luis Llaquet: Nos ha hecho ver, con mayor profundidad, el papel del amor. 


P: ¿Dónde está el problema en equiparar al matrimonio con las uniones homosexuales? 

R: José Luis Llaquet: La Iglesia se opone, radicalmente, al matrimonio homosexual, no porque haya un desprecio a los homosexuales; más bien porque este tipo de reconocimiento nunca puede significar una equiparación con el matrimonio tradicional, ni siquiera una identificación en el nombre, pues se desvirtúa la institución matrimonial. Una institución cuyas raíces son del derecho romano, del derecho canónico, del derecho clásico... Hay que llamar a cada cosa por su nombre. El matrimonio tiene una dimensión de apertura a la vida que los homosexuales, por definición, no pueden llevar a cabo. 

P: ¿En qué ha fallado la Iglesia para defender la familia tradicional? 

R: José Luis Llaquet: En que, quizá, hemos privilegiado la queja sobre la difusión de los múltiples aspectos positivos de la familia cristiana. Es importante tomar en cuenta que el matrimonio es una vocación. Por lo tanto, una llamada de Dios; un camino de santificación; Iglesia doméstica; célula de la organización social... Hemos de plantearnos en positivo, dejando de lado las «otras posibilidades de familia», en consolidar la institución matrimonial. Que realmente resulte atractivo para las personas el ver que los matrimonios católicos viven su fe -con entusiasmo-en el seno de la familia. La familia es el mejor modo de vivir la afectividad y la sexualidad humanas. Ante la descristianización del mundo, lo último que podríamos hacer es acobardarnos. Pío Xll decía que «muchos son los malos porque no han sido suficientemente amados». Si promovemos el amor, estaremos haciendo un mundo más humano. Sembrar fe es sembrar una sociedad más humana. Finalmente, como decía José Luis Martín Descalzo: «de amor no se peca». 
 
 
 Fuente:

El Observador, marzo 2005, Querétaro, México 

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