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La preparación para el matrimonio
Autor
Padre Michael Ryan Grace, L.C

 

Por desgracia, muchos se casan en la Iglesia sin preparar adecuadamente ese evento. Lo hacen por inercia, por costumbre o fijándose solamente en los aspectos exteriores. Para evitar este escollo es preciso tomar las medidas necesarias para preparar la misa y comprender a fondo el rito. Las siguientes reflexiones quieren ayudar a lograr este objetivo. Son cosas sencillas, prácticas, pero pueden ayudar a hacer más profunda la participación.

Preparación de la misa, de las lecturas, etc.

Los novios deben preparar la misa de bodas con el sacerdote que les va a casar. Pueden ver con él las muchas opciones que el misal ofrece (lecturas, oraciones, comunión bajo dos especies, etc.). Escoger y, luego, meditar los textos será una excelente preparación espiritual. Así la misa de bodas les será más familiar y provechosa.

Previsión de los movimientos, posturas, firmas, fotos...

Se trata de organizar y prever todas las cosas prácticas para evitar, en cuanto sea posible, las distracciones en el momento mismo de la boda. Los novios deben pretender hacer de su boda una experiencia espiritual profunda, que les quede, que les marque... y sería una pena perder algo de esto por no prevenir ciertas cosas que, luego, son distracciones. Muchas cosas exteriores de la boda pasarán, pero una profunda vivencia interior les quedará como alimento de sus vidas para siempre.

Entre las cosas prácticas que conviene prever está el momento de firmar las actas. A veces esto se hace en los momentos menos oportunos (por ejemplo, justo después de comulgar o durante el ofertorio). Poniéndose de acuerdo con la sacristía de la iglesia donde se casan, tal vez puedan buscar un momento que no afecte el recogimiento debido. Las fotos representan otro capítulo donde convendría un acuerdo previo para que los fotógrafos sean discretos y no convirtiesen la misa en un estudio fotográfico. Es importante quedarse con fotos hermosas, pero también es importante la vivencia de la Misa. Finalmente, una palabra sobre las sillas. Si es posible, es bueno tener una silla en donde sentarse durante una parte de la misa. Parece una cosa insignificante, pero puede prevenir un problema. Hay que pensar que, tal vez, se llega a la boda después de muchos días de cansancio, después de una noche de poco sueño y después de una preparación próxima de mucho trajín y presión. Pienso, sobre todo, en la novia. Un desmayo o la simple fatiga durante la ceremonia sería una lástima y haría perder algo de la participación espiritual. Una complicación práctica puede venir del vestido de la novia que, a veces, no permite muchos movimientos. En esto, hay que poner a trabajar a las madrinas para resolver esta dificultad.

Las lecturas

Conviene que las personas que vayan a hacer las lecturas las preparen bien. Es penoso cuando en medio de toda la elegancia de una boda la lectura de la Palabra de Dios se hace de forma balbuceante o se oyen cosas como aquello de "Lectura de la carta a los ebrios" (en vez de "Hebreos"). Basta dar una fotocopia del texto al lector para que lo practique.

Las preguntas sobre la libertad, la fidelidad, los hijos

Después de la homilía, el rito del matrimonio comienza generalmente con tres preguntas que los novios deben contestar con gran conciencia. No hay que ver esta parte como un mero trámite, sino hacerla como expresión madura de su entrega mutua. La Iglesia les hace estas preguntas para que proclamen públicamente los elementos fundamentales y necesarios de todo matrimonio: libertad, fidelidad, procreación.

Sus respuestas deben nacer del corazón, con toda la riqueza de la entrega mutua. Jurídicamente se les pide un mínimo; pero, internamente, se contesta al máximo. Por ejemplo, a la pregunta sobre la libertad, el mínimo es decir que no hay coacción o presión, pero los novios, en sus corazones, responderán que no solo vienen sin presiones sino que vienen con amor, que es la máxima expresión de la libertad. A la pregunta sobre la fidelidad responderán pensando en aquella fidelidad máxima a la que hemos aludido antes y no solo a la fidelidad mínima de "no salir con otra persona". Finalmente, a la pregunta sobre los hijos responderán con la alegría de quienes ven en los hijos la corona y bendición de su amor conyugal. Son preguntas que buscan suscitar respuestas generosas, entusiastas.

Cabe mencionar que estas preguntas son importantes también bajo el aspecto de la validez del matrimonio. Si no hubiera libertad, es obvio que no habría verdadero matrimonio. Si no se tuviera la decisión de ser fiel para toda la vida a la persona con quien se casa también se atentaría contra la validez. La promesa de fidelidad es una respuesta directa a lo que Jesús nos enseña en el Evangelio cuando revela el designio original de Dios sobre el matrimonio: "De manera que ya no son dos sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios unió que no lo separe el hombre... Quien repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra aquella; y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio" (Mc 10, 9,11). Finalmente, excluir de forma absoluta el derecho de tener familia sería contradecir una dimensión fundamental del pacto matrimonial.

El consentimiento

Respecto a las palabras del consentimiento quisiera limitarme a las siguientes observaciones. En primer lugar los novios sabrán que hay dos posibilidades de consentir: o diciendo ellos toda la fórmula o contestando un sí a una fórmula leída por el sacerdote como pregunta. Obviamente la primera manera es la mejor. La segunda manera sirve para personas muy nerviosas. En segundo lugar me gustaría recomendarles que aprendan de memoria las fórmulas del consentimiento y de la entrega de anillos y arras. No es que las tengan que pronunciar de memoria, pues el sacerdote les tendrá el libro en frente. Pero cuanto más las sepan de memoria menos les traicionarán los nervios y las podrán decir con más sentido y disfrute. Son las palabras más importantes de toda su vida y bien vale la pena poderlas pronunciar con tranquilidad y emoción.

La eucaristía en la vida de los esposos

La Iglesia ha querido realizar el sacramento del matrimonio dentro de la Misa. Esto no es por casualidad sino por querer subrayar la unión tan estrecha que existe entre estas dos realidades de la vida cristiana. Comulgar bajo las dos especies quiere expresar de forma más solemne la presencia de Cristo como alimento y la unión de los esposos con Él que es Esposa de la Iglesia por la que entregó su vida (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1621). En una de las oraciones después de la consagración (la epíclesis) se pide la gracia del Espíritu Santo como sello de la alianza de los esposos, fuente siempre generosa de su amor, fuerza con que se renovará siempre su fidelidad (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1624). Después del Padre Nuestro, se inserta también una oración especial pidiendo la bendición de Dios sobre los novios. Esta oración -puesta como parte de la preparación inmediata para la comunión- ha de ayudar a los novios a unir su matrimonio a Cristo y a recordar siempre que han nacido como pareja dentro de la Eucaristía. Después, cuando asisten a Misa, les invitaría a renovar sus votos matrimoniales en la comunión, convirtiendo así cada misa en una misa de bodas. Esto puede representar para ellos una fuente de energía y de gozo.

Conclusión

Muchos matrimonios dicen que se les preparó para todo en la vida menos para casarse y ser padres. Esto es verdad, en parte. Pero más que lamentarse es más útil hacer algo al respecto. Si ya están casados y se sienten mal preparados, pueden tomar cursos, leer libros y no seguir por inercia con su matrimonio. Si no están casados, están en las mejores posibilidades.

De todo lo que hemos dicho no es difícil descubrir que el matrimonio exige preparación. En primer lugar los novios tienen que prepararse para tener una visión verdaderamente cristiana del matrimonio. Vivimos en una sociedad cuya mentalidad es muy laxa al respecto. Cada uno forma su propia idea según sus conveniencias. Ya no se cotiza la fidelidad ni la indisolubilidad. Los novios tienen que madurar estos conceptos y conocer sus implicaciones antes de casarse. Como cristianos están llamados a dar testimonio y a crear una corriente positiva en favor de la familia y del matrimonio. Todo esto exige una verdadera preparación.

El noviazgo se ha de aprovechar para madurar una relación sólida y no diluirse en sentimentalismos. Deben aprender a manejar constructivamente los pequeños conflictos que surgen. Además, los dos protagonistas deben mantenerse lúcidos para detectar las posibles causas de conflictos y resolverlos a tiempo. Hay un consejo de sabiduría matrimonial que debe ser para ellos como una regla de oro: una vez casados, los problemas no desaparecen sino que se agravan. Un problema no resuelto antes del matrimonio es un mal augurio.

Esta regla expresa una realidad severa. Conviene tenerla en cuenta. Si una pareja descubre un problema serio en su relación durante el noviazgo, deben pensar que es necesario resolverlo antes de casarse. No deben albergar ilusiones para después. Aquí estamos hablando de problemas serios, es decir, aspectos con los cuales no se podría vivir tranquilos. Es evidente que todas las personas tienen defectos y ciertas incompatibilidades. Pero no se debe proceder a un matrimonio donde existe una incompatibilidad grave. Una pregunta sencilla puede aportar luz: ¿podré yo vivir toda la vida con esta situación?. A continuación pongo una lista de posibles áreas de conflicto sacada del material que se suele usar en los cursos prematrimoniales. Cada uno de estos puntos es como un semáforo en rojo: no se debe continuar si no se resuelve.

¿Hay algún desacuerdo entre nosotros en algunos de los siguientes puntos?

- Nuestras funciones (roles) respectivas en la vida matrimonial.
- Nuestros planes sobre la carrera.
- Nuestras amistades.
- La toma de decisiones en la pareja.
- Aspectos de nuestros caracteres.
- La manera de expresar el afecto.
- El uso del tabaco, del alcohol, de las medicinas, de la droga.
- La manera de comportarse con personas de otro sexo.
- El estado habitual de ánimo del otro.
- El nivel de profundidad de nuestra comunicación.
- El apoyo emocional que recibo y espero.
- Nuestra manera de resolver los problemas.
- La intervención de otros (padres, hermanos) en nuestros problemas.
- Temores sobre el posible comportamiento futuro de mi cónyuge.
- Las enseñanzas de la Iglesia sobre la fe y la moral.
- La planificación familiar.
- La manera de comportarnos con nuestras familias políticas.
- Actitud y expectativas sobre la vida sexual.
- La convicción de que nuestro matrimonio sacramental es una alianza para siempre en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad.

Terminamos aquí estas líneas con la esperanza de que puedan dar alguna luz a las parejas, tanto para prepararse bien para su vida matrimonial como para vivirla con mayor plenitud. Con la ayuda de Dios hay que esforzarnos por desmentir lo que decía una canción de hace unos años: "Casi todos sabemos querer pero pocos sabemos amar... Querer pronto puede terminarse, el amor no conoce final. Es que todos sabemos querer, pero pocos sabemos amar". Al contrario, hay que emular a los que han tenido éxito en el camino, demostrando la capacidad del amor. Como aquel hombre anciano que contestó a uno que le preguntó si tuvo que aguantar muchos defectos de su mujer: "Mira, mi mujer no tiene defectos; si acaso, algunas erratas de imprenta". Ojalá todas las parejas puedan mantener esta lozanía de cariño hasta el final.
 
 Fuente:

autorescatolicos.org 

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