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El matrimonio. Transgresión y caída |
Autor |
Camilo Valverde Mudarra |
Cuenta
que, en el Edén, la satánica serpiente, tentando a la mujer, la venció
mediante sus instancias engañosas: “seréis
como dioses…, tomó de su fruto y comió”; y, luego, seducido Adán,
comiendo del fruto, se desplomó la tragedia; vino la descomunal caída.
La imagen literaria simboliza, por medio de formas culturales semitas, la
potestad humana de elección y de decisión personales en uso de la
libertad concedida por el Creador. El hombre, por su soberbia, infringe el
mandato de la Divinidad;efectuada la transgresión, la humanidad, al
dislocar el orden natural establecido en la creación, perdió el estado
de gracia y salud. La infracción, cuya concreción ha desaparecido en la
nebulosa del tiempo, hubo de ser gravísima, por ello ha perdurado en el
recuerdo ancestral y está presente en las leyendas del mundo.
El
hagiógrafo patentiza que la transgresión no acaece en el tiempo histórico,
sino en los orígenes mismos de la historia, llevada a cabo por un hombre
y una mujer, por la pareja inicial. El pecado consiste en la aspiración
de administrar el bien y el mal moral, para obtener la felicidad y el
poder. La primera pareja sintió la tentación de adquirir ese
conocimiento y su dominio, que era el objeto de la prohibición, pues toda
norma ética del bien y del mal se debe a la voluntad divina. Dios admite
que se lo apropiaron con el pecado que los degradó y trastocó su
capacidad de apreciación: el bien como mal y el mal como bien.
Consiguieron lo contrario de lo propuesto en la tentación, por ello existía
la norma natural. Esta transgresión de tan enorme trascendencia hundió
en la desgracia e infelicidad a la humanidad. Desechando
la popular idea de la manzana y otras parecidas, por ser una interpretación
infantil, hay que pensar en la doctrina teológica del texto: el hombre
tiene impuesta, desde su aparición en la tierra, una obligación, unos
preceptos naturales que conciernen a su esencia como criatura, que es la
humilde aceptación de su índole y su categoría de creatura
sin aspirar a prerrogativas que le exceden. El
aserto emponzoñado de la diabólica serpiente “seréis
como dioses” no era creíble por su imposibilidad ontológica, a no
ser desde los penosos y graves afanes de la soberbia y del orgullo humano
y, sobre todo, porque el grado posible de deidad ya lo poseían donado
libre y generosamente a priori por el Creador: “a
su imagen, a imagen de Dios los creó”. Tomado lo vedado y alcanzado
lo excesivo a su naturaleza, el bien se deshizo en sus manos y, en ellos,
quedó anidado el mal.
“Se dieron cuenta que
estaban desnudos” (Gn 3,7). Con la usurpación indebida y
tergiversada, se desprendieron de su dependencia de Dios, lo eliminaron de
su vida y de la vida del otro, de modo que cada uno ocupó en el otro el
lugar de Dios, a quien debían haber reconocido como el fundamento
esencial de su ser y de su unión de dos seres en una sola carne, en un
“unum” fundido en su matrimonio sagrado. La consecuencia fue la
desventura; quedaron desnudos de la armonía que les ponía en sintonía
con Dios, consigo mismos y con el cónyuge y con todo lo creado. Al
caer en el pecado, aflora el pudor, como defensa psicológica de lo que
creen perjudicial; sienten vergüenza de su desnudez, porque, perdida su
íntima comunión de amor, se ven extraños y hostiles el uno al otro. El
pecado los ha hundido en el ciego cieno del egoísmo y en la imposición y
dominio “tu deseo te arrastrará
hacia tu marido, que te dominará” (Gn 3,16) y los ha enredado en la
posesión despótica del más fuerte, tras haber corrompido y arrasado el
amor jubiloso, apacible y generoso que suponía la vivencia cotidiana y
cercana a Dios. Por
ello, y porque, durante mucho tiempo, se ha leído la Biblia de modo
literal sin extraer, al símbolo, su verdadero fruto y enseñanza, es un
error pensar, como ha sucedido tantas veces, que Dios maldijera a la mujer
en aquella expresión, donde se lee: “Multiplicaré
los trabajos de tus preñeces. Con dolor parirás tus hijos y desearás a
tu marido, y él te dominará” (Gén 3,16). Esa
fue la consideración de la mujer en la antigüedad hasta que la rescató
el Cristianismo. Realmente,
y por paradójico que pueda resultarnos -¡hay que recordar que se le da
el nombre de vitalidad a quien
se dice trajo la muerte al mundo!- debemos mirar otro aspecto; más que
maldición, se ha de ver la infinita misericordia que mucho nos cuesta
detectar en el drama que se cuenta. Pero, esta bondad misericordiosa y el
perdón inmediato existen, y, por ello, todo el relato del pecado original
merece una lectura de inflexión optimista y agradecida: Dios anunció que
la desobediencia acarrearía la muerte (Gén 2,17), pero, la muerte se
pospone, la pena se suspende; ciertamente hombre y mujer morirán, pero no
sin antes dejar descendencia en la que de alguna manera “sobrevivirán”. La
primera profecía bíblica también se ha ofrecido en Gén 3,15, y, en
ella, se anuncia que un hijo de la mujer vencerá a la descendencia de la
serpiente, por lo que, a pesar de todo, del pecado, de la desobediencia y
de las consecuencias que acarrean, se vislumbra, en el futuro, la victoria
y la redención final. Es
importante entender el sentido del texto bíblico y comprender su rico
contenido humano y teológico. Se ha de pensar, no ya en los aspectos
negativos de condena e infortunio, sino, más bien, en la vertiente
amorosa y redentora de Dios. Hombre y mujer pecaron haciendo uso de la
libertad con que Dios los había adornado. Y tal don no les fue
arrebatado, porque Dios no quiere esclavos, sino amigos; no quiere
maldecir, sino bendecir; no quiere imponer, sino convencer. Sólo que las creaturas
más bellas y perfectas de todo lo creado, aquellas que fueron hechas a
imagen y semejanza de su Creador, son débiles, limitadas y propensas al
mal que, según el relato sapiencial y etiológico de Gén 2-3,
precisamente, entró en el mundo por la grave transgresión de la norma y
la decisión de llegar a lo prohibido las dos, la mujer y el hombre. Pero,
por fortuna, la misericordia de Dios equilibra y compensa los efectos de
su propia justicia. Así
pues, el primer matrimonio fue monogámico, indisoluble y permanente.
Fueron los descendientes de Caín los que violaron la unidad y cayeron en
la poligamia: Lamec es el primero que toma dos mujeres. Esta rama
estableció la corrupción que, por uniones sucesivas, llegó a la
descendencia de Set.
Tras el Diluvio, se conservaría el matrimonio monogámico de Noé:
se encerró en el Arca “con su
mujer” e hijos. Después, con la expansión del hombre, se
reimplanta el patriarcado y,al expandirse los descendientes de Sem, Cam y
Jafet, la institución matrimonial cobró matices diferentes, según su
diferente grado de cultura.
Habrá
que comprender esto, y que el autor humano del primer libro de la Biblia,
trata de explicar la condición como madre y como esposa de la mujer: no
le parece natural que la maternidad, en la que la mujer se realiza, tenga
lugar en medio de dolores y peligros; y un tanto semejante parece pensar
del deseo sexual o de la necesidad de protección, que, desde la caída,
impele a la hembra a someterse al varón. Son las consecuencias de haber
transgredido el precepto divino. |
Fuente: | autorescatolicos.org |
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