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Pastoral con los divorciados vueltos a casar
 
Autor
Prof. Silvio Cajiao, S.I.

 

Por lo general la dolorosa decisión de la separación de la pareja casada por la Iglesia, y desde su confesión de fe católica, es una opción que se toma por que se han intentado otros caminos, y bien por la realidad de la inmadurez humana y cristiana, de la falta de preparación para todos los aspectos que conlleva la vida en pareja (integración de la familia del cónyuge, vivencia de lo afectivo sexual, corresponsabilidad en la crianza de los hijos, consolidación del proceso de crecimiento espiritual desde la vivencia del sacramento del matrimonio, o el que la realidad del pecado y del egoísmo corroan el amor y se llegue a enquistar la realidad del pecado, etc.) finalmente se llega a la consideración y toma de decisión que por el bien psicológico personal y de los niños, si los hay, es preferible la separación de cuerpos. Con el tiempo podrían surgir las nuevas uniones.

Llegar por tanto a tomar posiciones que consideran que estos vínculos por ser irregulares producirían personas en estado de excomunión y que se les deba excluir de toda participación eclesial es una exageración. En efecto así lo anotaba su Santidad Juan Pablo II en la Familiaris consortio: «En unión con el Sínodo, exhorto vivamente a los pastores y a toda la comunidad de los fieles para que ayuden a los divorciados, procurando con solícita caridad a que no se consideren separados de la Iglesia, pudiendo y aun debiendo, en cuanto bautizados, participar en su vida. Se les exhorte a escuchar la Palabra de Dios, a frecuentar el sacrificio de la Misa, a perseverar en la oración, a incrementar las obras de caridad y las iniciativas de la comunidad a favor de la justicia, a educar a los hijos en la fe cristiana, a cultivar el espíritu y las obras de penitencia para implorar de este modo, día a día, la gracia de Dios. La Iglesia rece por ellos, los anime, se presente como madre misericordiosa, y así los sostenga en la fe y en la esperanza.» (No. 84)

Pero por otro lado es muy claro respecto a la participación en los sacramentos, en especial al de la Eucaristía por parte de los divorciados vueltos a casar civilmente, o que vivan en uniones libres, dijo ahí Juan Pablo II «La Iglesia, fundándose en la Sagrada Escritura, reafirma su praxis de no admitir a la comunión eucarística a los divorciados que se casan otra vez. Son ellos los que no pueden ser admitidos, dado que su estado y situación de vida contradicen objetivamente la unión de amor entre Cristo y la Iglesia, significa y actualizada en la Eucaristía. Hay además otro motivo pastoral: si se admitieran estas personas a la Eucaristía, los fieles serían inducidos a error y confusión acerca de la doctrina de la Iglesia sobre la indisolubilidad del matrimonio. La reconciliación en el sacramento de la penitencia –que les abriría el camino al sacramento eucarístico- puede darse únicamente a los que, arrepentidos de haber violado el signo de la Alianza y de la fidelidad a Cristo, están sinceramente dispuestos a una forma de vida que no contradiga la indisolubilidad del matrimonio. Esto lleva consigo concretamente que cuando el hombre y la mujer, por motivos serios, -como, por ejemplo, la educación de los hijos- no pueden cumplir la obligación de separación, «asumen el compromiso de vivir en plena continencia, o sea de abstenerse de los actos propios de los esposos.»» (No. 84)

De aquí que parezca siempre de capital importancia la preparación que se de a los futuros esposos sobre la dimensión del gran sacramento que ellos optaron el día de su boda.

Dada mi vinculación con los Equipos de Nuestra Señora, (les Equipes de Notre Dame, o Our Lady’s Times) quiero indicar la experiencia que llegó a cuajar en Brasil y que ahora comparten otros países de América Latina, se trata de “Mas pareja” en donde se invita a parejas en esta situación que hemos analizado, o en uniones libres pero sin impedimento para contraer matrimonio, el que descubran, redescubran todas las dimensiones de tan gran sacramento que refleja la unión de Cristo con la Iglesia.
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 Fuente:

clerus.org

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