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Bondad y Felicidad
 
Autor
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Confío en que al lector le quedará la suficiente dosis de perspicacia y de sentido común para advertir que la expresión «hombre bueno» es la manera más directa, profunda y eficaz de denominar lo que, con términos menos sencillos y realistas, calificamos como persona cabal o cumplida, persona «autorrealizada», persona perfecta. 

Con lo cual, y si atendemos a las dos «leyes» de la felicidad antes esbozadas, fácilmente advertiríamos que la respuesta a quienes --como la persona de nuestra anécdota-- hacen cábalas y cálculos sobre la manera más eficaz de asegurarse la propia dicha, consistiría en cambiarles radicalmente la perspectiva, de acuerdo con las siguientes palabras: “Esencial y radicalmente no he de querer ser feliz, sino bueno. Y es así como además (subrayo el además) seré feliz.» Invertir las relaciones, en un intento desaforado de asegurar el propio bienestar, sería «pasarse de listo» y abocarse ineludiblemente a la más cruel de las desventuras. Porque la felicidad, insisto por última vez, es siempre la consecuencia - ¡no buscada!- de la propia perfección, de la propia bondad. Y para ser buenos, añado ahora por si no hubiera quedado claro con lo dicho, hay que olvidarse por completo de uno mismo --incluso de la propia perfección!-- y querer procurar el bien de los demás. Para ser buenos, perfectos, hay que aprender a amar. Únicamente entonces, cuando la desestimemos plenamente, nos sobrevendrá, como un regalo, como un don inesperado, la felicidad. El amor, sólo el amor, engendra la dicha. 

La felicidad conyugal, Animo a quienes me hayan seguido hasta aquí a que den el paso definitivo. Consiste éste en acoger la verdad de la ecuación que ahora propongo, y que representa la clave de todo nuestro escrito: «El amor es a la felicidad lo que el amor conyugal es a la felicidad conyugal: así como el amor hondo, genuino, es condición ineludible -!Y suficiente!-- para engendrar la dicha en cualquiera de las circunstancias en que transcurre la existencia humana, un verdadero y profundo afecto entre los esposos es la causa radical --y suficiente, insisto- para generar la felicidad en ese ámbito tan trascendental de la vida que constituye el matrimonio.» Si aceptamos estas afirmaciones --y cuanto hemos visto hasta ahora nos empuja a admitirlo--, el resto de nuestro trabajo resultará claro: se tratará, exclusivamente, de mostrar que el uso de contraceptivos se opone a la radicación y al desarrollo de un auténtico amor entre los cónyuges y que, en consecuencia, turba -o incluso elimina-- su felicidad. 

Supuesto que se aprueba la ecuación que liga el amor conyugal a la consecución de la dicha en el matrimonio, centremos toda nuestra atención en el punto clave: ¿por qué las acciones anticonceptivas lesionan necesariamente el afecto que media entre marido y mujer?

 
 Fuente:

vivirenfamilia.feyrazon.org

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