Cada
vez oímos con más frecuencia de casos de matrimonios que se rompen por
"incompatibilidad sexual", "frigidez" o
"impotencia sexual". En la mayoría de los casos, esto ha
sucedido por tener un concepto erróneo o deformado del significado de la
unión sexual entre los esposos.
Dios ha querido el encuentro sexual entre varón y mujer, puesto que ha
dotado a cada uno de un armonioso conjunto de órganos y funciones tanto
corporales como psicológicas y espirituales, encaminados al encuentro
pleno y total como expresión de amor. Como ya hemos visto, la sexualidad
está ordenada al amor conyugal del hombre y de la mujer.
En el matrimonio, la intimidad corporal de los esposos es un signo de la
comunión espiritual.
De esta forma, el Papa Juan Pablo II nos dice:
La sexualidad, mediante la cual el hombre y la mujer se dan el uno al
otro con los actos propios y exclusivos de los esposos, no es algo
puramente biológico, sino que afecta al núcleo íntimo de la persona
humana en cuanto tal. Ella se realiza de modo verdaderamente humano
solamente cuando es parte integral del amor con el que el hombre y la
mujer se comprometen totalmente entre sí hasta la muerte. (FC, 11).
De esta forma, la persona toda expresa su amor de entrega, el don de sí,
a otra persona, que también se entrega, en la fusión de sus cuerpos que
se convierten así, sin perder cada uno su individualidad, en una “sola
carne”, como reitera Cristo citando al Génesis:
“…Y dijo: El hombre dejará a su padre y a su madre, y se unirá
con su mujer, y serán los dos uno solo. De manera que ya no son dos, sino
una sola carne”. “Pues bien, lo que Dios ha unido, no lo separe el
hombre” (MT 19, 5-6).
La unión sexual es pues, la expresión más profunda y completa del amor
conyugal. En ella tiene su culmen, pues el amor abarca a toda la persona,
desde su espíritu (inteligencia y voluntad), su corazón (sentimientos,
emociones y pasiones), hasta su cuerpo (genitalidad).
El Concilio Vaticano II nos dice:
Los actos con los que los esposos se unen íntima y castamente entre
sí son honestos y dignos, y, realizados de modo verdaderamente humano,
significan y fomentan la recíproca donación, con la que se enriquecen
mutuamente con alegría y gratitud (GS, 49).
En el encuentro sexual, como en múltiples actividades humanas que la
persona desempeña libre y conscientemente, Dios ha imprimido una
satisfacción, como estímulo y recompensa de aquellas: el placer.
Así, en la actividad de alimentarse, tenemos el placer del gusto; al
descansar el cuerpo, tenemos el placer del sueño; en la unión carnal, el
placer sexual.
De ahí, que la responsabilidad del ser humano en el encuentro sexual ha
de ser, buscar la entrega total y completa al otro, y no buscar como
finalidad el placer. El placer es un medio, más no un fin.
El mundo de hoy, tan lleno de erotismo, promueve fuertemente la búsqueda
del placer en el encuentro sexual, olvidando la entrega, el don de sí y
la fecundidad.
SEXUALIDAD Y GENITALIDAD
La persona humana es sexuada, es decir, es masculina o femenina.
El hombre y la mujer, aunque tienen la misma dignidad como personas, son
diferentes por ser sexuados. A su vez se complementan mutuamente.
El instinto sexual en el ser humano es una tendencia natural de los dos
sexos que se atraen mutuamente en búsqueda de la unión, de la
complementariedad y de la fecundidad. Ha de ser dominada y encauzada por
voluntad de la persona.
El amor conyugal es el contexto adecuado para el uso plenamente humano de
la tendencia sexual.
La genitalidad es el aspecto corporal de la sexualidad. Conformada
por los órganos reproductores masculinos y femeninos y sus funciones
propias.
Un grave error contemporáneo es confundir la sexualidad con la
genitalidad.
NATURALEZA DEL AMOR CONYUGAL
Amar es un acto de voluntad. Es buscar el bien de la persona amada, en
cuanto tal. Es decir, buscar su bien porque es persona.
El amor es darse, es entrega, es generosidad. Amar es el acto más sublime
del ser humano. Es actuar como Dios mismo actúa.
El amor conyugal es recíproco, abarca la totalidad de la persona: alma,
sentimientos y cuerpo y es fecundo.
La máxima expresión del amor conyugal se encuentra en la intimidad
corporal de los esposos. Con la intimidad corporal, los esposos plasman en
su matrimonio la entrega total. El don de sí adquiere su plenitud.
Propiedades:
1. La unidad: es la donación mutua de un hombre con una
mujer.
2. La indisolubilidad: Para poder cumplir con sus fines
plenamente, el amor conyugal exige la permanencia. Cuando hay verdadera
donación, no se puede retractar. Para los cristianos, por el sacramento
del matrimonio, su amor conyugal se convierte en signo del amor
absolutamente fiel que Dios tiene al hombre y que Jesús vive hacia su
Iglesia.
Bienes:
1. La mutua fidelidad: Por tratarse de una donación
completa, total, esta fidelidad es de corazón, de mente y de cuerpo.
2. Los hijos: son la “materialización, la concreción”
del amor total y fecundo de los esposos.
3. El vínculo: es decir, la estabilidad de la relación,
fruto de la unidad e indisolubilidad del amor conyugal.
LA UNION SEXUAL DE LOS ESPOSOS
Es la expresión más profunda y completa de amor conyugal, y por lo
tanto, tiene los mismos fines del mismo:
El fin unitivo: expresión de la entrega total del don de sí mismo
al otro y de la búsqueda de su bien.
La unión de los esposos debe ser para su propio bien, es decir, de ayuda
mutua.
Es el empeño constante por desarrollar una auténtica comunidad de
personas, para hacer frente a todas las eventualidades, vencer los
innumerables obstáculos que surgen inevitablemente en el transcurso de
toda existencia humana, por más afortunada que sea, y para construir la
felicidad.
El placer de la unión sexual es un medio bueno y lícito para favorecer
la unión de los esposos, pero no es el fin de la unión sexual.
El fin pro creativo: Expresión total, plena y generosa del amor
fecundo.
Esto significa que dentro de la realización natural y normal de la unión
amorosa (que la eyaculación se lleve a cabo dentro de la vagina), todos
los actos de amor, todas las caricias, cualesquiera que sean, cuando se
aceptan de común acuerdo, son perfectamente legítimos.
En la procreación, el amor conyugal está al servicio de la vida.
Cooperar con el amor de Dios Creador.
El ejercicio de la sexualidad sólo es lícito dentro del matrimonio
legítimo, respetando el plan que la Sabiduría divina manifiesta al
hombre en los dos aspectos que encierra el acto conyugal (el aspecto
unitivo y el procreativo) y en los ritmos biológicos de la sexualidad. (Sexualidad,
reproducción y catolicismo)
a) Apertura a la vida
Reconocer que uno de los fines del unión conyugal es la procreación. Los
hijos no sólo forman parte de la familia, sino que son la
“materialización o concreción” del amor profundo que se tienen los
esposos.
Dios te hace partícipe de su poder creador. Colaboras a crear
hombres/seres para la eternidad. El acto conyugal, hace a los esposos co-creadores
con Dios, mostrando en cada criatura la nueva acción de Dios; es una
historificación de Dios, un permitirle hacerse nuevamente presente en el
mundo como creador.
b) Procreación responsable
Uso de la inteligencia y libertad para usar responsablemente la capacidad
procreadora. (Responsabilidad Þ responder ante Dios del don que me ha
dado).
Pueden existir razones válidas para posponer temporalmente un nuevo
nacimiento, pero hay que juzgar con rectitud, evitando sobre todo el
egoísmo.
c) Los criterios
Análisis de los deberes con Dios, y con la familia.
Procrear es comunicar la vida en plenitud: lo material, lo humano y lo
espiritual.
Análisis de las condiciones físicas, económicas, psicológicas y
sociales.
Uso de los medios morales para ejercer la procreación responsable. Son
los medios que respetan los fines del acto conyugal.
d) Aceptación del designio de Dios sobre mi matrimonio en
cuanto a la fecundidad:
* El dueño de la vida es Dios, no el hombre.
* Los hijos son un don, no un derecho.
* Usar los medios morales para procurar la fecundidad. Son los
medios que respetan la dignidad de las personas involucradas: los esposos
y el hijo y los fines del acto conyugal.
* Aceptar la esterilidad si estos medios no la resuelven.
* Otras formas de fecundidad: la adopción, el dedicarse al
apostolado, a la ayuda del prójimo, etc.
LAS REGLAS DE LA RELACIÓN SEXUAL
1. La entrega u obligación básica
El deseo de los esposos no puede ser sólo pensar en sí mismo, buscar el
propio placer, desear al otro sólo para el goce personal.
Si el encuentro es realmente por amor, con madurez, con entrega total,
será para buscar el bien del otro. Ambos, marido y mujer, se ofrecerán,
se entregarán generosamente para la felicidad del otro.
Podemos ver con claridad las dos posturas. La primera intenta aprisionar
al cónyuge, convertirlo en cosa propia, servirse de él.
Es la negación del amor y la culminación de la egolatría. La segunda,
por el contrario, se centra en el otro, quiere darse al amado, ofrecerse a
él, ir a su encuentro con el propósito de que en la unión, pueda
encontrar la alegría y, en la paz de su carne, logre la paz en su
corazón.
Salir al encuentro del otro. Buscarlo para entregarse a él. Buscar su
bien, su felicidad.
2. El dominio de sí
Recordemos que la tendencia sexual del hombre ha de ser gobernada por su
inteligencia y por su voluntad. Debe estar sometida al servicio del hombre
y no éste al servicio de la primera. El hombre dueño de sí mismo, amo y
señor de todo su ser. Por tanto, la sexualidad y el placer inherente a la
misma no han de ofuscar a la inteligencia y no han de descarriarse lejos
de la voluntad.
Recordemos que amar es, ante todo, un acto de la voluntad. El encuentro
sexual es una entrega generosa al otro. La pareja no se perderá en el
egoísmo, únicamente cuando ambos sean dueños de sí mismos.
La disciplina interior de cada uno se impone aquí, so pena del fracaso
más lamentable.
De esta forma, la regla se podrá establecer así:
Para tratar al cónyuge con justicia y con amor, se debe adquirir un
sólido dominio de sí mismo, puesto que sólo este dominio hace posible
la unión generosa y de entrega mutua.
3. El contenido interior
El dominio de sí es además, el único medio que posibilita que la unión
sea una comunicación de amor, más bien que una explosión de placer. Lo
que es más importante en el encuentro sexual no es el placer que pasa,
sino el amor que lo prepara y permanece.
Los gestos exteriores son solamente la expresión corporal de una realidad
interior: el amor, la entrega total, la unión. Si no hay amor detrás de
cada uno de los gestos, éstos carecerán de sentido. Una mirada, una
sonrisa, una caricia, si no son inspirados por el amor, no son nada. La
verdad del amor es la que reviste a cada uno de ellos.
4. La ternura
He aquí una de las reglas más preciosas para la vida matrimonial: la
ternura.
La podremos definir como: La delicadeza del corazón que se traduce en la
delicadeza del gesto.
Para quienes se aman verdaderamente, además de la tendencia sexual existe
la ternura.
Nace con espontaneidad del ser entero de los amantes; es el amor que se
convierte en caricia, mirada, beso, en la más plena y total gratuidad,
sin pedir nada a cambio. El gesto interno, en suma, es aquel que nada
pide, nada solicita y que, por ello, lo significa todo. El amor es el
reino de lo gratuito. Te doy porque te amo, no porque espero nada a
cambio. por ello, donde florezca el amor, como la flor en el tallo,
florecerá también la ternura. ¡Cuán importante es cultivarla! Es el
perfume que otorga su aroma a la trivialidad de lo cotidiano. Son esos mil
pequeños detalles de los que se alimenta el amor.
5. Los gestos del amor
La gratuidad y la ternura han de transportarse a la propia unión sexual.
Ahí se revelarán de la mayor importancia, pues prepararán y seguirán a
la unión, en el transcurso de los actos preparativos y posteriores a
dicha unión.
La gratuidad que debe impregnar los gestos de ternura ha de extenderse a
estas dos fases, una preliminar y la otra consecutiva, en el momento de la
comunión sexual.
Recordemos lo que la Constitución Gaudium et Spes nos sigue diciendo:
Este amor (el amor conyugal) tiene su manera propia de expresarse y de
realizarse. En consecuencia los actos con los que los esposos se unen
íntima y castamente entre sí, son honestos y dignos, y, ejecutados de
manera verdaderamente humana, significan y favorecen el don recíproco con
que se enriquecen mutuamente en un clima de gozosa gratitud. Este amor,
ratificado por el mutuo compromiso y sobre todo por el sacramento de
Cristo, resulta indisolublemente fiel, en cuerpo y espíritu, en la
prosperidad y en la adversidad, y, por tanto queda excluido de él todo
adulterio y divorcio (GS, 49).
De aquí, que los límites de los gestos de amor conyugal sean los
siguientes:
1. La dignidad mutua del matrimonio y su espontaneidad amorosa.
2. Dentro de la realización natural y normal de la unión amorosa
(que la eyaculación se lleve a cabo dentro de la vagina), todos los actos
de amor, todas las caricias, cualesquiera que sean, cuando se aceptan de
común acuerdo, son perfectamente legítimos.
LA CASTIDAD
La castidad es la virtud que defiende al amor de los peligros del egoísmo
y de la agresividad, y lo promueve hacia su realización plena.
La castidad integra la sexualidad de la persona en la unidad interior del
hombre en su ser corporal y espiritual.
Ser casto o casta, es lograr que toda nuestra persona: inteligencia,
voluntad, afectos y cuerpo estén regidos por nosotros mismos.
La persona casta siente los impulsos de su tendencia sexual y los controla
(no los reprime), promueve el amor a su cónyuge manifestándoselo de muy
variadas maneras y es dueña de todo su ser.
Para ser castos se requiere: conocerse a si mismo, aceptarse, superarse,
practicar las virtudes morales y pedir a Dios la ayuda sobrenatural para
lograr la plena integración de todas nuestras facultades, a través de la
participación en los sacramentos y la oración.
No hay duda de que entre estas condiciones se deben incluir la
constancia y la paciencia, la humildad y la fortaleza de ánimo, la
confianza filial en Dios y en su gracia, el recurso frecuente a la
oración y a los sacramentos de la Eucaristía y de la reconciliación.
Confortados así, los esposos cristianos podrán mantener viva la
conciencia de la influencia singular que la gracia del sacramento del
matrimonio ejerce sobre todas las realidades de la vida conyugal, y por
consiguiente también sobre su sexualidad: El don del Espíritu, acogido y
correspondido por los esposos, les ayuda a vivir la sexualidad humana
según el plan de Dios como signo del amor unitivo y fecundo de Cristo por
su Iglesia..