La
Jesús en los Evangelios nos habla del amor de los esposos. No se trata
de cualquier amor; no es el amor de las telenovelas; no es ese amor
tantas veces presentado como auténtico cuando en realidad no lo es. Amor
que todo lo permite: abandonar al ser amado, el adulterio, el engaño, la
mentira... Eso no es amor.
El Evangelio nos lleva a reflexionar sobre cuál es el amor que deben
prodigarse los esposos cristianos.
Es un amor de entrega total, de regalarse el uno al otro para siempre (y
lo que se regala no se pide que sea devuelto).
Cuando los cristianos nos casamos, tenemos que tener bien claro que, al
llamar a Jesús para que sea el unificador de los corazones, cuando los
cónyuges se administran mutuamente el Sacramento del Matrimonio, deben
saber que es una opción madura, para siempre.
Sabemos que somos frágiles, débiles, inconstantes, que nos resulta
difícil pronunciar un SÍ para siempre... Pero sabemos que a quienes se
casan EN CRISTO, ÉL los acompaña; es el tercero del hogar.
Si biológicamente es posible, luego vendrán los hijos, que deben ser el
fruto del amor de los esposos: hijos buscados, deseados, queridos,
esperados, amados. Jamás debe ser una resignación tenerlos, soportarlos
como una carga, como algo no deseado.
Los padres que no quieren al hijo(a) que viene dan un doloroso
espectáculo. Deberían saber que psicológicamente los niños desde que
están en el vientre de su madre asimilan todo, pues su inconsciente se
carga de todo lo que acontece en la vida de sus padres. Después serán
más tranquilos o más nerviosos o con las consecuencias del caso, según
haya sido la vida de sus padres, sobretodo de la madre durante el
embarazo.
Hay madres que se quejan de tener hijos nerviosos, difíciles y ellas
fumaron durante todo el embarazo, corrieron de aquí para allá, vivieron
en constante stress, discutieron permanentemente con sus esposos, quizás
hasta litigaron sobre tener o no al bebé o rechazaron la maternidad...
¿y esperan tener un bebé sano sicológicamente?
Los esposos cristianos deben vivir claramente LA UNIDAD. Ello no
significa en absoluto la pérdida de la personalidad. Cada uno es quien y
como es, tiene su personalidad, pero simplemente deben aceptarse uno al
otro tal cual son, no pretender “cambiar” al otro, hacerlo a la medida
de “lo que yo quiero”.
Algunas veces hemos oído expresiones tales como “No importa, después que
me case lo(a) voy a moldear...” ¡Ilusiones! Para eso tienen el noviazgo,
tiempo de conocerse, de ver si realmente se aceptan tal cual el otro es.
El pensamiento que parece dominar la sociedad en que vivimos es que si
uno se aburre del otro, si no se siente feliz, si no logra lo que
espera, puede cambiar de pareja. Como si se tratara de un “plan
recambio” cualquiera.
Jesús claramente nos enseñó que la opción es PARA SIEMPRE. No hay
recambio posible. Sólo la muerte los separará.
La sociedad civil rechaza a los que matan, se escandaliza ante la
inseguridad, ante los robos, ante las violaciones, asaltos y copamientos
y las leyes recogen condenas –aunque muchas veces no se aplican
debidamente o no se busca una conversión sincera, profunda, verdadera, o
sea una real rehabilitación-. Pero pocas veces se ve rechazar los
comportamientos humanos relacionados a la sexualidad mal comprendida.
Hay hombres que se consideran más hombres cuantas más mujeres seducen,
mujeres que se consideran más mujeres cuantas más experiencias sexuales
tienen con distintos hombres. Esposos(as) que creen poder hacer con
otros cosas que no se animan a hacer o a pedir a su cónyuge. ¡Qué error
conceptual tan grave!
Si hablamos del cine o de la TV constatamos que presentan el triángulo
amoroso, el adulterio, el divorcio como algo normal, aceptable. Como si
se tratara de vivir en una parte y gozar en otra. Pero no han
descubierto que el amor conlleva el gozo y el sacrificio.
Cruz y Resurrección van juntas. Habrá momentos de exigencias duras para
ambos esposos, momentos de vivir situaciones difíciles que demandarán
mucha paciencia, mucho perdón, mucho amor hacia el otro, ver a Jesús en
el otro.
El esposo será Cristo para su Esposa y ella para él.
Cristo que se da, que se entrega, que da su vida por los demás... Que no
le importa perder su vida, darla, regalarla, entregarla, ser del otro.
La esposa (o el esposo) será la Iglesia para el otro. La Iglesia que ama
a Cristo, que está dispuesta a ser mártir, a sufrir la cruz, a morir por
su Señor...
El amor entre los esposos exige el diálogo permanente, EN TODO. Hablarlo
todo, contarse todo, sentimientos, anhelos, deseos, lo bueno y lo malo,
conocerse a fondo, saber acompañarse mutuamente, hacer crecer al otro
como persona, hacer crecer al Cristo que vive en el otro. Orar juntos.
Los esposos deben vivir su FE, los valores que Cristo enseñó en los
Evangelios, pero todos, sin excepciones, dentro de los cuales LA
FIDELIDAD tiene particular importancia, pues es fuente de riquezas para
toda la familia, para la Iglesia y para la Patria.