Todos lEl
término «armonía» deriva del griego ἁρμονία (harmonía), que significa
ajustamiento, unión y combinación de sonidos simultáneos y diferentes,
pero acordes.
A esta armonía se refería el Santo Padre Francisco en la homilía que
dirigió a los asistentes del Encuentro de las Familia el pasado 27 de
octubre:“la verdadera alegría que se disfruta en familia viene de la
armonía profunda entre las personas, que todos experimentan en su
corazón y que nos hace sentir la belleza de estar juntos, de sostenerse
mutuamente en el camino de la vida.
Sólo Dios sabe crear la armonía de las diferencias. Si falta el amor de
Dios, también la familia pierde la armonía, prevalecen los
individualismos, y se apaga la alegría”.
Así pues, solo si aceptamos, unimos y combinamos los sonidos diferentes,
pero acordes, viviremos en armonía. Una armonía, que como bien dijo
Benedicto XVI, se realiza sólo gracias al empeño paciente, fatigoso, que
requiere tiempo y sacrificios, con el esfuerzo de escucharse mutuamente,
evitando excesivos protagonismos y privilegiando el mejor éxito del
conjunto.”
Pues bien, el matrimonio es como la música. Cada sonido diferente se
necesita para crear una melodía agradable y extraordinaria, un todo,
lleno de ritmo, pausas, equilibrio, tiempos, tensión, reposo,…
Esto me lleva a pensar en la polémica que se ha levantado acerca del
libro de la periodista italiana Costanza Miriano, ‘Cásate y sé sumisa’ y
“Cásate y da la vida por ella”. Una polémica, en muchos casos, sin
sentido y sin argumentos.
Es más, desde hace unos días son muchos los que me instan a dar una
opinión sobre el tema pero no soy tan osada.
Me parece una falta de ética profesional lanzarme a analizar y/o
comentar un libro que no he leído y del que solo conozco una serie de
textos que se han ido publicando en los medios durante los últimos días.
Aunque, debo confesar que algunos de los párrafos que se publican, al
igual que varias de las afirmaciones realizadas por la autora en
entrevistas publicadas en los medios, me descolocan, chirrían en mi
interior, y, desde mi fuero interno, necesitaría que me las matizasen
algo más.
Si Constanza Miriano pretendía provocar o llamar la atención al público
con el título de sus libros, realmente, lo ha conseguido. Es muy libre
para hacerlo, aunque, a mí personalmente, no me guste este tipo de
gestos en un tema tan relevante.
Es más, me parece un poco imprudente por su parte salvo que la autora
haya escogido la acepción de la palabra someter, según la RAE, en la que
se refiere a aquella persona que propone a la consideración de alguien
razones, reflexiones u otras ideas… En cuyo caso no tengo más remedio
que reconocerle su buena intención al hacerlo.
Es verdad, que la frase de S. Pablo : “las mujeres sométanse a sus
maridos como al Señor, porque el marido es cabeza de la mujer, así como
Cristo es cabeza de la Iglesia…Pues así como la Iglesia está sometida a
Cristo, así las mujeres han de estarlo a sus maridos en todo”, es un
texto que incomoda.
Pero, como he dicho en muchas ocasiones, explicar el papel de las
mujeres en la época de San Pablo con la mentalidad del siglo XXI, es un
poco difícil y complicado. Tenemos que hacer un esfuerzo y bucear en la
cultura, la educación y costumbres de la época para entenderlo en su
correcta medida.
De todas maneras, hay una cosa que tengo clara: las mujeres de hoy
encuentran muchas dificultades para vivir, inventar y cumplir su papel
con dignidad, responsabilidad y respeto, sea cual sea el papel que ella
decida que le corresponda. Aportar sus cualidades femeninas como esposa,
como madre, como empresaria del hogar, incluso, como profesional, no es
tarea fácil.
Aquí no se trata , como recuerdo haber oído allá por el año 1980 al
catedrático Mariano Yela, durante su intervención en una mesa redonda
sobre la función de la mujer en la familia, de interpretar los cuatro
mitos que suelen confundir a muchos acerca de este tema y que siguen de
tremenda actualidad:
1. El primero es el mito de ver a la mujer sólo como naturaleza: su
naturaleza le fija tal o cual papel. El mito tiene algo radicalmente
falso: la mujer se hace y se inventa. Pero tiene algo de profundamente
verdadero: se inventa a partir de su naturaleza de mujer.
2. El segundo es el mito de la emancipación de la mujer. Radicalmente
falso, si por emancipación se entiende solamente cortar trabas o no,
además, asumir responsabilidades. Radicalmente falso, con respecto a la
familia, si se entiende como liberarse de la familia, liberarse de su
condición de mujer, desligarse de la maternidad. Hondamente verdadero si
por emanciparse se entiende participar con la misma dignidad que el
hombre en un proyecto de liberación común, de libertad solidaria, basada
en el servicio a la familia, para encontrar en el servicio mutuo la
posibilidad de crecimiento personal.
3.El tercero es el mito de la inferioridad: la mujer es inferior al
hombre, tiene que tener un papel subordinado. Es un mito radicalmente
falso, porque los hechos psicobiológicos señalan diferencia entre los
sexos, no superioridad general de ninguno sobre el otro.
4. El cuarto mito es el de la igualdad. Es el más obviamente falso. La
mujer, afortunadamente, no es igual que el hombre. No es superior, ni
inferior, ni igual: es distinta. Tiene hoy, como el hombre, la común
aspiración ética de que se reconozca su igualdad como persona, no sólo
en una abstracta dignidad, sino de hecho y de derecho en la vida de cada
día. Pero psicobiológica y humanamente son muy diversos, y esa
diversidad es respectiva. La única manera de superar el mito de la
inferioridad, no es zambullirse neciamente en el mito de la igualdad,
sino asumir un proyecto de complementación. Esa diversidad respectiva es
una de sus riquezas, que abarca las dos maneras de ser persona humana.
Si se aminora o amputa una, tratando de hacerla idéntica a la otra, se
empobrece la persona. Se enriquece, por el contrario, si, en la igualdad
como personas, se ahonda la diversidad de las dos maneras
complementarias de serlo, la masculina y la femenina.
De ahí que, en mi humilde opinión, todos, hombres y mujeres, tenemos que
reeducarnos otra vez en nuestro modo de estar juntos, en la vida, en la
familia, en el trabajo, en el hogar. En definitiva, en como lograremos
un apoyo mutuo a través de la cohesión, la diversidad y la independencia
de nuestra feminidad y nuestra masculinidad.
Porque en el matrimonio nadie se somete a nadie. La fuerza del
matrimonio es el amor porque me da la gana. Darse y aceptar al otro.
Entregarse con libertad, con responsabilidad, con ilusión, con respeto,
con alegría. Como dice el profesor Antonio Vázquez: “el amor verdadero
respeta siempre al otro en su esencia, le quiere, le acepta tal cual es,
le reconoce el derecho a ser él mismo, desea que no abandone su
personalidad”.
Se trata pues de crear armonía en nuestro proyecto de vida, nuestro
camino divino puesto que “querer quererte, exclusivamente a ti, hasta el
fin de nuestra vida” es y debe ser la melodía más perfecta y maravillosa
que podamos realizar.